miércoles, 27 de abril de 2016

Leyendas del Metro de Madrid



El fantasma de Tirso

Si transitas habitualmente por la estación de Tirso de Molina, quizá esta leyenda te interese. Si las historias de terror no son lo tuyo, mejor no sigas leyendo. No hace demasiado, una joven cogió el último tren del día en la estación de Tirso. Era un viaje aparentemente cómodo, aunque dentro del vagón sólo había tres personas, una mujer y dos hombres. La joven comenzó a inquietarse cuando se percató de que la mujer no le quitaba ojo. Fijamente.

En la siguiente parada, un nuevo pasajero se subió y se sentó al lado de la protagonista de la crónica. Él también se dio cuenta de que la mujer no dejaba de mirarla. Agachó la cabeza y le susurró muy bajo a la joven: «No te muevas, no hables, no le mires a la cara y bájate conmigo en la siguiente parada». Ella, entre confusa y aterrada, le hizo caso.


Ya en el andén, todavía con el corazón acelerado, el hombre le dijo. «Siento haberte asustado, soy medium y la mujer que teníamos enfrente estaba muerta y los dos hombres que la acompañaban, la sostenían». Quizá después de leer esta historia prefieras no tomar el último tren de esta estación o tomar otro medio de transporte.



Los cuerpos emparedados

Quizá la historia anterior se justifique, dentro de lo posible, en lo que ocurrió en el terreno sobre el que hoy se asienta la estación de Tirso de Molina. El caso es que hace 150 años, en la plaza homónima, se derribó el Convento de la Merced. Después, ya en los años 20, cuando se comenzó a levantar la parada de Metro, aparecieron entre las obras los huesos de los monjes que habitaron el edificio.

El problema es que nadie sabía qué hacer con los restos y, en una decisión controvertida, se decidió que se depositaron en los andenes, emparedados, recubiertos con azulejos. Cuenta la leyenda que, desde entonces, se escuchan los gritos de los monjes allí enterrados al filo de la medianoche.



El «loco del bisturí»


Esta es una historia que se ubica entre la leyenda y la realidad. De hecho, es un caso verídico. La cuestión es que en 1959 hubo una gran preocupación entre las mujeres de Madrid porque un hombre rajaba el culo de las féminas en la Línea 1 del suburbano con un bisturí.

Aunque en principio se fantaseó con que era un cirujano fetichista, finalmente se trataba de un joven de 18 años con problemas mentales. El denominador común entre sus actuaciones es que bañaba el bisturí en anestesia para que las víctimas no se percataran del pinchazo, solo advertido una vez veían la sangre. Siempre hacía los cortes en el trasero de mujeres.



No dejes pasar diez trenes...

Otra de las leyendas por las que quizás te replantees volver a coger el Metro de Madrid tiene que ver con la línea 5, «la verde». Si bien es cierto que, dentro de la fantasía generalizada de estas historias, la presente es la más difícil de creer. Así, narran los escritos de la capital que si te encuentras en cualquiera de las estaciones de esta línea, y dejas pasar nueve trenes ante ti, el siguiente es un convoy embrujado, en cuyo interior se escuchan gritos y lamentos y se contemplan sombras extrañas.



La joven de Sol


De nuevo la línea 1 alberga una de las leyendas más terroríficas del Metro de Madrid, también relacionada con el más allá. Sirva como inciso que el suburbano de la capital es una fuente inagotable de historias esotéricas y relacionadas con la crónica negra de la capital. La verdad es que casi un siglo de vida, desde 1910, dan para mucho.

Tampoco hace demasiado tiempo cuando ocurrió este pasaje, en la estación de Sol. Está basado en el testimonio de un hombre que después se ha ido transmitiendo hasta hoy. Este aseguró que una chica de cabellos dorados, con el tobillo vendado, le pidió ayuda para bajar las escaleras, desde la boca de acceso. Ambos bajaron al andén sin apenas mediar palabra. Después, vio cómo se subía al mismo vagón que él y, al llegar a la siguiente parada, la chica se bajó y se lanzó a las vías.

Contemplada la escena, el hombre se levantó como un resorte y activó la parada de emergencia. Muy nervioso, dando voces de socorro, salió al exterior. Su sorpresa, sin embargo, fue mayúscula cuando se dio cuenta de que no había nadie. La chica se había disipado como por arte de magia.

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