Fue a finales de septiembre de 1934, cuando un extraño suceso, empañado por la superstición, dio origen a la leyenda del duende de Zaragoza. Pues en la calle Gascón de Gotor, se escuchaba una voz rara, proveniente de una hornilla, pronunciando frases llenas de insultos.
Como primera explicación, le atribuyeron todo a un bromista, el cual no pudieron encontrar, obligando esto a una mejor investigación por parte de la policía. Para entonces los pobladores estaban convencidos de que experimentaban una experiencia sobrenatural, específicamente, la presencia de un duende.
Tal investigación, encontró culpable a la ayudante Pascuala Alcober, pues se decía que ella estaba siempre presente cuando el duende se comunicaba, y utilizando la ventriloquia ya fuera consciente o inconscientemente daba vida al supuesto duende.
El fenómeno alcanzó la fama rápidamente, sobraban los curiosos y uno que otro bromista que se disfrazaba de fantasma. Para el mes de noviembre, todo estaba fuera de control, hubo una movilización policiaca ordenada por el gobernador Otero Mirelis. Y esa misma tarde el informe médico libraba a Pascuala de todos los cargos, afirmando que ella no era una persona mentirosa, además, la voz seguía escuchándose aun sin su presencia, tampoco se comprobó que ella fuera alguna clase de médium ni se encontró algún artefacto que condujera aquella voz fantasmal.
La fenómeno llegó hasta el periódico londinense TIMES donde le nombraron “duende de la hornilla”. La investigación del caso fue pasada de un lugar a otro, no queriendo nadie dar una opinión al respecto y todo se tornaría aún más extraño cuando un pequeño de cuatro años llamado Arturo Grijalba confesó que jugaba con el duende a las adivinanzas. Después de esta declaración, el niño fue colocado frente al fogón, esperando que aquella criatura sobrenatural viniera a comunicarse con él.
Jamás pudo darse una explicación convincente sobre aquel suceso, y hasta el día de hoy, hay quienes siguen tachando a Arturo como un mentiroso, a pesar de que ha logrado sostener esta historia por más de 70 años, en los cuales, el duende de Zaragoza puede haberse marchado de la mente de muchos, pero no de este hombre, que lo vio frente a frente cuando niños
La leyenda del doctor kanoche cuenta que en América Latina hay registros del uso de la momificación, y no me refiero solamente a las antiguas momias de las culturas precolombinas andinas, sino de una leyenda, o mejor dicho, una historia bastante real más actual que se desarrolló a finales del siglo XIX en Venezuela.
Gottfried Knoche, médico de origen alemán que vivió en las cercanías de la ciudad de Caracas desde 1840 hasta su muerte en 1902 se ganó el respeto de la sociedad en general por su espíritu caritativo y el hecho de atender a todos los que estuviesen necesitados de asistencia médica sin importar si tenían medios para pagar por sus servicios o no. La historia que luego se convertiría en leyenda de terror de este personaje es el desarrollo de una solución química que, inyectada en la vena Yugular de un cadáver fresco sin reclamar en la morgue de un hospital cercano para detener el proceso de descomposición y crear de este modo una momia perfecta, sin la necesidad de extraer ningún órgano ni fluido. Esta fascinación por detener el avance de la muerte produjo que la hacienda del doctor, Buena Vista, llegara a convertirse en un mausoleo tenebroso.
El secreto de momificación que poseía Kanoche le hizo muy famoso en su época, hasta un afamado periodista venezolano, Antonio Leocadio Guzmán, fue momificado según el método del doctor y su cuerpo permaneció su casa durante cuarenta años. El doctor de las momias aplicó el mismo tratamiento a los miembros de su familia, incluso dejó la dosis necesaria y las instrucciones para que su propio cuerpo fuese momificado al momento de su muerte. La leyenda dice que el secreto de la momificación se perdió con la muerte del propio doctor, quien junto con su familia y hasta sus perros descansó en un mausoleo cercano a la casa principal, hasta mediados del siglo XX.