miércoles, 27 de abril de 2016

La viuda del arsénico





MARIE BESNARD


Fue una de las más conocidas viudas negras de la historia del crimen por su espectacular proceso, que, seguido por todo el pueblo como si se tratase de un culebrón judicial, duró casi diez años y terminó de manera impredecible...

Marie Josephine Philippine Da Vaillaud, más conocida como Marie Besnard, nació en Francia el 15 de agosto de 1896.

Esta mujer, fue acusada el 21 de julio de 1949 por doce asesinatos con arsénico, entre ellos el de su marido Aguste Antigny. Empezó a levantar sospechas de cara a las autoridades francesas cuando comenzó a heredar importantes cantidades de dinero de distintas personas de su entorno que iban falleciendo misteriosamente en el pueblo de Loudun.

Su vestimenta negra y sus malas maneras reforzaron su mala fama entre los vecinos, quienes la tenían por una mujer misteriosa, fría y cruel, capaz de haber asesinado a toda su familia.

Sospechando que las muertes se habían producido de manera extraña, la policía local dio orden que fuesen exhumados todos los cadáveres de los parientes de Marie en los cementerios de Angles-sur-Anglin y en Trois-Moutiers.

A principios de 1950, tanto jueces como expertos presentaron las mismas conclusiones: en doce de los cadáveres examinados se encontró suficiente arsénico para considerar la causa de muerte como envenenamiento. Los cuerpos pertenecían a su primer marido, a su tía, su abuela, su suegro, su suegra, su cuñada, su padre, su madre, dos primas, un vecino y una vecina.


A pesar de las graves acusaciones, Marie Besnard nunca se imputó las muertes y siempre hasta el final se declaró inocente de todas las acusaciones. Finalmente consiguió ser absuelta gracias a su constancia y a su equipo de abogados, que sin flaquear lo más mínimo, sacaron puntilla a todos los fallos del caso y sacándolos a la luz pública lograron enfrentar a los acusadores y a los consejeros de estos.

Durante el proceso acusatorio, casi todos los testimonios estaban fundados en rumores o confidencias inciertas. Todo el pueblo de Loudun parecía conocer lo ocurrido. Había cantidad de cuchicheos, murmullos y secreteos, pero finalmente todo aquel testigo que decía saber algo, al día siguiente se retractaba de lo dicho.

Tampoco estaba muy claro el tema del arsénico. En todos los cuerpos exhumados se habían hallado cantidades de este veneno de entre 18 a 60 miligramos. Sin embargo, en el momento de las muertes ningún médico había diagnosticado un solo fallecimiento por envenenamiento, sino que se habían atribuido esas muertes a las más diversas enfermedades, como tuberculosis, etc. En la lista había aparecido incluso una expiración por ahorcamiento.

Cuando fueron expuestos a la acusada los análisis científicos de los resultados, que a ojos de todos la condenaban, respondió que no entendía nada de eso que le contaban y que estaba muy enfadada porque no le permitían volver a hacer otras nuevas autopsias a los cadáveres.

Mientras los distintos toxicólogos se turnaban para desvelar sus descubrimientos, ella decía que eso eran tonterías, que no sabían nada de nadie, que nadie mejor que ella para saber como habían muerto sus pobres difuntos:

"Son mis queridos desaparecidos, nadie reza tanto por ellos como yo, y nadie les ha cuidado tanto como yo cuando estaban con vida. Yo no necesito ninguna herencia y nunca la he necesitado".


Marie era toda una experta en evitar trampas y en poner vocecilla inocente al responder a las preguntas. Los psiquiatras encargados de diagnosticarla, la tratan de "mujer anormalmente normal". "Es hábil, fría, hipócrita y lúcida. Sus propósitos han sido premeditados, ha consumado lo que había estado planeando, el matar a esas personas, ocultando y disimulando cualquier indicio que hubiese llevado a que se sospechase de ella", opinaron.

El caso se convirtió en un culebrón mientras Marie estaba detenida en su celda de La Pierre-Levée, la prisión de Poitiers.

A veces se sentía abatida. A sus pocos visitantes les confesaba: "Es horrible el soportar una prueba como esta. Menos mal que mi fe y mi creencia en Dios me sostienen. Y decir que han cortado en trocitos a mi pobre marido y a todos los demás..."

Los acusadores esperaban en vano una confesión de los hechos, o por lo menos algún indicio de lo que pudiese parecer una confesión. A falta de confidencias, en el juicio se presentaron los análisis de M. Béroud, toxicólogo marsellés de buen renombre.

Las conclusiones de los informes de Béroud estaban en los periódicos locales, circulaban en los cafés y aumentaban las discusiones sobre el caso de la Señora Besnard. A pesar de todo, todo se quedaba en esta reflexión: un buen informe no valdrá nunca lo que un buen testimonio.

La policía, sin que el juez de instrucción ordenase lo contrario, optó por introducir en la celda de Marie algunas personas infiltradas con la intención de ganarse la confianza de la dama, e incluso se procedió a contarle falsos testimonios de testigos inexistentes para arrancarle alguna confesión que la relacionase con la envenenadora que todos esperaban.

Estos métodos, lejos de inculparla, serían los medios para hacer bascular la opinión pública a su favor...

Cuando comenzó el juicio, el 20 de febrero de 1952, estas irregularidades todavía no eran sabidas por la opinión pública, pero en seis días todo basculó y los actuaciones poco éticas de la policía salieron a la luz.

Además, el examen del toxicólogo Béroud fue destrozado por una audaz defensa de la supuesta asesina. Al parecer, los restos que éste examinó fueron etiquetados con falta de rigurosidad absoluta. Las dosis de arsénico que mencionaba en su informe medida en miligramos, se encontraba definida en gramos en la página siguiente.

Ese día todo el mundo empezó a pensar que se estaba abusando un poco de la pobre señora con mantilla negra que sollozaba en silencio en el banco de acusados.

Finalmente, después de tres aplazamientos, termina el complicado juicio y Marie, en libertad desde 1954 fue absuelta el 12 de diciembre de 1961 por falta de pruebas.

Murió el 14 de febrero de 1980 con ochenta y ocho años, después de dar su cuerpo a la ciencia.

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