Los tres Cristos de Ypsilanti y los experimentos del Dr. Milton Rokeach nos llevan a conocer un interesante caso de salud mental que condujo los limites de la ética a niveles extremos. Bajo el pretexto de una búsqueda para curar la esquizofrenia, tres hombres mentalmente perturbados fueron sometidos a situaciones que hoy se considerarían una crueldad.
En alguna fecha del transcurso de la década de 1940, un encuentro improbable sucedió en un centro psiquiátrico en Maryland, Estados Unidos. Dos mujeres, cada una de las cuales había sido internada por autoproclamarse como la Virgen María, se enfrascaron en una conversación. Habían estado hablando durante varios minutos cuando la mujer mayor se presentó como “María, la madre de Dios.”
“No puedes serlo, querida“, respondió la otra paciente, incapaz de concebir tal noción. “Debes estar loca. Yo soy la Madre de Dios.”
“Me temo que eres tu quien se confunde“, afirma la primera: “Yo soy María“.
Un miembro del personal del hospital espiaba como las dos Vírgenes María debatían sus identidades. Después de un tiempo, las mujeres pasaron a conversar en voz baja entre sí. Por último, la paciente de mayor edad parecía haber llegado a una conclusión. “Si tú eres María,” le dijo, “Yo debo ser Ana, tu madre.” Eso pareció conformar a ambas, y las pacientes reconciliadas se abrazaron. En las semanas siguientes, la mujer que había cedido ante su delirio se volvió mucho más receptiva al tratamiento, y pronto fue considerada lo suficientemente cuerda como para ser dado de alta del hospital.
Esta anécdota clínica fue recontada en una edición de la Harper’s Magazine en 1955, y un psicólogo social muy respetado llamado Dr. Milton Rokeach la leyó con gran interés. ¿Qué sucedería, se preguntó, si un psicólogo se emparejara deliberadamente con los pacientes que tuvieran delirios de identidad haciéndolos entrar en conflicto con sus identidades? Una especie de apalancamiento psicológico que podría ser utilizado para presionar las grietas de una psique irracional y dejar que entrara la luz de la razón. El Dr. Rokeach buscó y consiguió una beca de investigación para poner a prueba su hipótesis, y comenzó a sondear sanatorios en busca de doppelgängers delirantes. Pronto se encontró con varios individuos que reunían las características: tres pacientes, todos al cuidado del estado, cada uno de los cuales creía ser Jesucristo. Y determinó que era algo bueno.
Rokeach inició su investigación experimental en el Hospital Estatal de Ypsilanti en Michigan en 1959. Le proporcionó instrucciones al médico superintendente, el Dr. Yoder para organizar los traslados que llevarían a los tres pacientes juntos. Yoder obedientemente los envió a la sala D-23 de Ypsilanti, y luego se lavó las manos del asunto. Tres días más tarde, cuando los “Tres Cristos” se levantaron, fueron llevados hasta una pequeña antesala adyacente a la sala D-23.
Era una habitación sencilla con paredes sobrias y muebles deliberadamente poco estimulantes. Como siempre que el Dr. Rokeach se encontraba presente, una nebulosa de humo de tabaco flotaba en el aire. El médico se presentó y a sus tres asistentes de investigación, y explicó que todos ellos tendrían que pasar mucho tiempo juntos en los próximos meses. Los pacientes se sentaron frente a los investigadores en pesadas sillas de maderas con respaldos rectos. Uno de los pacientes ya tenía una edad avanzada, otro era relativamente joven, y el tercero estaba en el medio. Rokeach le pidió al tercero que se presentara el mismo y al grupo.
De izquierda a derecha: Monte Page, Harry Triandis, M. Brewster Smith y Milton Rokeach (1979)
“Mi nombre es Joseph Cassel“, dijo el hombre. Joseph fue un paciente de 58 años de edad, quien en ese momento había estado internado desde hacía casi veinte años. Era bastante calvo, y con frecuencia sonreía a pesar de que le faltaban la mitad de sus dientes frontales. Su camisa y bolsillos de los pantalones estaban repletos de objetos como gafas, tabaco, lápices, pañuelos, libros y revistas. Joseph tendía inexplicablemente a arrojar el material de lectura desde las ventanas cuando pensaba que nadie estaba mirando. A pesar de que no era de Inglaterra, ni había visitado el lugar, anhelaba regresar allí algún día. Él era el más afable de los Tres Cristos.
“Joseph, ¿hay algo más que quieras decirnos?” le responde Rokeach.
“Sí”, respondió. “Yo soy Dios”.
El próximo en hablar fue el mayor de los tres. “Mi nombre es Clyde Benson,” murmuró en una voz baja que caracterizó la mayor parte de su discurso. “Ese es mi nombre convencional.” A los 70 años, Clyde sufría de demencia, pero en sus momentos de lucidez tendía a recordar el pasado cuando trabajaba en los ferrocarriles y la pesca. Era bastante alto y estaba casi totalmente desdentado.
“¿Tienes algún otro nombre?” respondió Rokeach.
“Bueno, tengo otros nombres, pero esa es mi parte vital e hice a Dios el nombre número cinco y el seis a Jesús,” replicó Clyde.
El tercer Cristo se presentó a sí mismo como Leon, el más joven a sus 38 años. Había sido criado por una madre soltera, una mujer cristiana que había luchado con su propia salud mental. Unos cinco años antes su madre regresaba a casa de su sesión en la iglesia como todos los días para encontrar Leon destruyendo los crucifijos y otros adornos de la cristiandad que cubrían todas las paredes de la casa. Leon entonces le ordenó a su madre desechar este tipo de imágenes falsas y adorarlo como Jesús. Era alto y delgado, expresivo, y se mantenía constantemente con las manos delante de él para mantenerlas a la vista.
“Señor,” Leon se presentó a Rokeach, “da la casualidad de que mi acta de nacimiento dice que soy el Dr. Domino Dominorum et Rex Rexarum, Simplis Christianus Pueris Mentalis Doktor“. Este apodo tan largo en latín significa “Señor de Señores y Rey de Reyes, Simple Cristiano Pueril Psiquiatra”. Leon continuó: “También consta en mi acta de nacimiento que soy la reencarnación de Jesucristo de Nazaret.”
Joseph, el que se había presentado a sí mismo por primera vez, también fue el primero en protestar. “Él dice que él es la reencarnación de Jesucristo. No puedo serlo. Yo sé quién soy. Soy Dios, Cristo, el Espíritu Santo, si yo no lo fuera, por Dios, nunca pretendería serlo. Soy Cristo. No quiero decir que soy Cristo, Dios y el Espíritu Santo. Sé que esto es una casa de locos y hay que tener mucho cuidado”.
Después de dejar a Joseph a despotricar durante algún tiempo, el joven Leon intervino. “¡Señor Cassel, por favor! No estoy de acuerdo con que generalice y llame loca a toda la gente de este lugar. Hay gente aquí que no está loca. Cada persona es una casa. Por favor, recuerde ese.”
El Dr. Rokeach les permitió argumentar de esta manera durante unos momentos antes de volverse hacia Clyde, el mayor, y requerir su opinión. “Yo represento a la resurrección,” replicó Clyde. “¡Sí! Soy el mismo que Jesús. Representó a la resurrección…” Se perdió murmurando cosas sin sentido.
Rokeach intentó aclarar, para los registros: “¿Has dicho que eres Dios?”
“Eso es correcto. Dios, Cristo y el Espíritu Santo.”
El decoro se desintegró en Clyde y Joseph, los dos pacientes de mayor edad, comenzaron a bramar el uno contra el otro. “No trates de poner eso en mí, porque voy a demostrar lo que te estoy diciendo. Yo soy dios”… “¡Tú no lo eres!”… “¡Yo soy Dios, Jesucristo y el Espíritu Santa! Yo sé lo que soy y voy a ser lo que soy” Y así sucesivamente. Argumentaron de esta forma durante el resto de la sesión mientras Leon observaba atento y en silencio. Cuando terminaron la sesión de aquel día Leon denunció las sesiones como “tortura mental”.
Pinturas hechas por enfermos mentales
La hipótesis del Dr. Rokeach se basaba en poder alterar o eliminar los delirios esquizofrénicos si se obligaba a los pacientes a enfrentarse a lo que describió como “la última contradicción concebible para los seres humanos“: más de una persona afirmando la misma identidad. Con esto en mente, en el trascurso de los próximos meses se las arregló para formular una serie de experimentos que desafiaban las identidades de los tres Cristos. Los investigadores también definieron un grupo de control que se integraba por tres internas que recibirían la misma cantidad de atención personal como los tres internos hombres. De la misma forma, estas mujeres mostraban delirios de identidad, sin embargo, en nombre de la ciencia los investigadores tendrían que tener cuidado de no hacer entrar en disputa a las identidades de estas mujeres. Implementando una medición de la deriva delirante en estos pacientes de control, Rokeach tenía la esperanza de cuantificar y corregir los efectos del aumento de la interacción psicológica.
Rokeach intentó maximizar el contacto entre los Cristos asignándoles a los tres hombres camas adyacentes en la sala D-23, asientos juntos en la zona de comedor, y ordenando que trabajaran codo a codo en la lavandería. Sus asistentes en la investigación fueron instruidos para llevar a cabo una sesión grupal todos los días, y para seguir e inventariar las actividades de los Cristos durante el resto del día. Una vez por semana el mismo Dr. Rokeach empujaría personalmente en las psiques de los pacientes.
En una ocasión, Rokeach preguntó al grupo, “¿Por qué están en este hospital?”
Clyde, el más viejo, murmuró que era el propietario del edificio y de las tierras circundantes y que se había quedado como cuidador. Joseph orgullosamente explicó que el hospital era un bastión inglés, y que se encontraba allí para defenderlo. Leon, el más joven y menos institucionalizado, era el único en reconocer que él mismo era un enfermo mental, pero no llegó a admitir su propio engaño. Culpó a algunos perseguidores celosos de someterlo injustamente al tormento del manicomio.
“¿Por qué creen que los traje juntos?” les solicitó Rokeach.
Clyde – a quien los otros comenzaron a referirse como “el anciano” – se negó obstinadamente a especular. En cuanto a Joseph, insistió en que su presencia era para convencer a los otros de que estaban locos, y de que él mismo era el único y verdadero Dios. Leon había llegado a una conclusión parcialmente correcta, infirió que el Dr. Rokeach estaba enfrentando a los pacientes unos contra otros, pero Leon también afirmó que el objetivo de los investigadores era usar “vudú electrónico” para lavar el cerebro a los pacientes.
Semana tras semana las discusiones continuarían. A medida que la novedad se empezaba a disipar la tensión comenzaba a subir. Los debates sobre cómo cada Cristo intentó desengañar a los demás de sus creencias equivocadas se volvían apasionados. Mientras tanto, las preguntas de los investigadores se hacían más confrontantes. Cada paciente se esforzó por mantener un comportamiento racional, sin embargo, los arrebatos, las obscenidades y las amenazas se hicieron cada vez más comunes, tanto dentro como fuera de las sesiones. En una ocasión, cuando Leon esperaba en la cola de la cena, un paciente molesto se le acercó y le preguntó: “¿Todavía crees que eres Jesucristo?”
“Señor, ciertamente, soy Jesucristo”, respondió Leon.
El problemático enfermo se dirigió a otro paciente que esperaba en la cola y le dijo: “Este hombre piensa que es Cristo. Está loco, ¿no?”
“¡Él no es Cristo, soy yo!” respondió aquel hombre furiosos. Resultó que se trataba de Joseph.
El viejo Clyde no estaba muy lejos, y se le oyó bramar: “No, él no es, soy yo”
La primera agresión física ocurrió a tres semanas de iniciado el experimento. Durante la sesión de grupo diaria, Leon sostenía que el Adán de la Biblia era un “hombre de color”. Clyde lo confrontó rabia, a la que Leon respondió: “Yo creo en la porquería veraz, pero no me interesa tu porquería.” El anciano lo golpeó en la mejilla con un sólido derechazo. Leon se quedó con las manos cruzadas y no hizo ningún esfuerzo para responderle o defenderse. El Dr. Rokeach y su asistente alejaron a Clyde, le permitieron componerse, y en poco tiempo la conversación continuaba como si nada hubiera pasado.
Esta no fue la única ocasión que los autodenominados Cristos llegaron a las agresiones físicas por diferencias filosóficas, pero poco a poco el intenso discurso dio lugar a una inestable paz, condescendiente de forma mutua. Los hombres a veces bromeaban con los delirios de los otros, y otras veces bailaban alrededor de ellos. Con el tiempo, cada uno Cristo cultivó nuevas ilusiones para retener su reclamo a la piedad. Clyde cuadró su realidad con la de los demás cuando llegó a la conclusión de que los otros hombres en realidad eran muertos – en su mente eran absurdos títeres cadavéricos cuyas extremidades y rostros eran controlados por máquinas ocultas en su interior. Leon explicó las afirmaciones de los otros como las mentiras de impostores en busca de atención, o como el resultado de términos técnicos de sonido sin sentido como “interferencias” o “imposición electrónica”. En cuanto a Joseph, este observó sabiamente que los otros autoproclamados Cristos, eran los pacientes de un hospital psiquiátrico, lo que demostraba que estaban bastante locos.
Diario de un esquizofrénico
Las semanas se convirtieron en meses, las temáticas de los sujetos de prueba tales como sus alimentos favoritos y anécdotas personales empezaron a dominar las sesiones. Incluso fuera de las reuniones, con frecuencia los tres hombres se sentaban juntos en silencio a pesar de ser libres para andar y mezclarse con otros. Compartían el tabaco y sobresalían unos por otros contra los intrusos. Cada uno seguía creyendo que él era la encarnación de la Santísima Trinidad, con el poder de hacer milagros, pero los tres habían aprendido que la discusión religiosa no era propicia para la convivencia pacífica.
A muy a altas horas en la noche, los pacientes de la sala D-23 de Ypsilanti tenían problemas para conciliar el sueño debido a los ronquidos secundarios de algunos durmientes que interrumpían la noche silenciosa. Frustrado, uno de los pacientes finalmente gritó: “¡Jesucristo! Deja de roncar.”
Clyde se sentó en la cama y dijo: “¡No era yo el que estaba roncando! Era él”
Luego de seis meses inmersos en el estudio, el Dr. Rokeach decidió disolver el grupo de control de las mujeres. Citó “aburrimiento y fatiga” como la razón para sacrificar el contrapeso científico, así como problemas presupuestarios. Las sesiones diarias con los varones continuaron intactas. De hecho, el Dr. Rokeach decidió acelerar su experimento espiando a los Cristos en cautiverio y poniendo a prueba la intensidad de sus delirios.
Durante una de las sesiones, el Dr. Rokeach sacó un recorte de periódico que había traído con él y lo pasó de mano en mano. El viejo Clyde y el maduro Joseph tuvieron problemas para leer la letra pequeña, por lo que Leon se ofreció a leer en voz alta para los demás. Era el resumen de un reportero local de una conferencia dada recientemente por un tal “Dr. Rokeach.” Evidentemente esta lectura trataba de un experimento psicológico extraño en el Hospital Estatal de Ypsilanti con tres hombres que aseguraban ser Jesucristo.
Como Leon lo leyó en voz alta, Clyde se retiró antes un insensible “estupor”. El propio Leon se veía cada vez más molesto. Él era totalmente consciente del contenido del artículo. Después de terminar la lectura, protestó por lo que aparecía en el artículo. “Cuando se utiliza la psicología para agitar, no hay ninguna psicología más que escuchar”, dijo el Dr. Rokeach. “No estás ayudando a la persona. Los estás agitando. Agitar a alguien es menospreciar su inteligencia.” Con esto, Leon se retiró. Joseph no se dio cuenta de que el articulo destacaba a Clyde, Leon, y a él mismo. Él simplemente comentó que era “pura locura” creer en un Dios cuando no hay uno. En cuanto a Clyde, no tenía nada más que decir aquel día.
En octubre, Joseph comenzó a recibir cartas del Dr. Yoder, el superintendente del hospital. O más bien, él creía que se mensaje aba con el Dr. Yoder – las cartas fueron escritas por el mismo Dr. Rokeach, con el permiso del Dr. Yoder. Rokeach quería averiguar si la presión de una respetada figura de autoridad exterior podría producir un cambio en las creencias y los comportamientos del paciente. Tomando en cuenta las recomendaciones del mismo superintendente, ¿qué haría Joseph? Rokeach reconoció “graves cuestiones éticas” involucradas, y sus asistentes de investigación le expresaron su preocupación en cuanto a la metodología, pero el doctor Rokeach hizo hincapié en su intención de emplearla con precaución, y agregó, “nosotros esperamos que pueda haber, terapéuticamente hablando, poco que perder y, con suerte, mucho que ganar”.
La primera de estas cartas elogiaba a Joseph por su evolución clínica, y lo invitaba a renunciar a sus reclamos de herencia ingleses. Joseph escribió cartas entusiastas en respuesta, pero se mostró reacio a renunciar a su amada Inglaterra. El impostor Yoder le incitó para que asistiera a la iglesia, que no era algo que le interesaba a Joseph, pero después de mucho molestar finalmente cedió. Rokeach luego comenzó a incluir pequeñas cantidades de dinero para que gastara en la tienda del hospital, indicándole en las cartas que el Dr. Yoder amaba a Joseph “como a un hijo.” Joseph respondió a este abordaje en sus respuestas posteriores con “Mi querido papá.” El falso Yoder incluso le recomendó a Joseph intentar con un nuevo fármaco prometedor – en realidad un placebo – y luego Rokeach cortó la comunicación abruptamente a pesar de la respuesta positiva de Joseph. Como última instancia, el frustrado Joseph hizo un llamamiento a una autoridad superior por escrito pidiéndole directamente al Presidente Kennedy su salida del hospital.
El Dr. Rokeach también mantuvo correspondencia engañosa con Leon. Rokeach decidió poner a prueba la fuerza de un ilusión frecuente expresada por Leon que decía tener una esposa fuera del hospital. La primera carta fue entregada a Leon por un ayudante, poco antes de la sesión grupal de todos los días. Leon vio que estaba firmada con el nombre de su mujer imaginario, y en la nota le decía que tenía la intención de visitarlo en un día y hora señalada en el futuro cercano. Leon dijo a la ayudante que la carta debía ser una falsificación. Su comportamiento durante las siguientes sesiones fue inusualmente deprimido, pero él no quiso decir por qué. Cuando llegaron el día y la hora convenida, los investigadores observaron que Leon fue al lugar de reunión. No regresó hasta mucho más tarde. Los investigadores señalaron que Leon se había deprimido mucho más, y que estaba siendo inusitadamente rudo con los voluntarios del hospital del sexo femenino.
MRI de un paciente con esquizofrenia
Rokeach continuó escribiendo más de esas cartas a Leon, estas integraban algunos términos de la propia cosecha psicológica de Leon. Gradualmente Leon pareció considerar la posibilidad de que las cartas eran auténticas. Su esposa inexistente le sugirió una nueva cita para ir a visitarlo, y Leon se duchó y afeitó para saludarla. Ella no apareció. Sin embargo, otra carta dio lugar a otra cita perdida. El asistente de investigación que los monitoreaba señaló que las repetidas citas fraudulentas volvían a Leon “visiblemente molesto y enojado.”
La esquizofrenia de Jani Schofield
A pesar de todo esto, el Dr. Rokeach todavía no se convencía de que Leon creyera realmente que las cartas eran de su esposa. Quizá Leon simplemente asistía a las citas con la esperanza de identificar al impostor. La siguiente idea de Rokeach era que la señora de Leon le enviaba algo de dinero, y luego esperaria a ver si Leon aceptaba y gastarlo. En todos sus días de interno Leon había repudiado categóricamente el uso del dinero para cualquier propósito, y como resultado, su cuenta bancaria intacta del hospital era bastante grande. El Dr. Rokeach escribió más tarde sobre lo que pasó cuando Leon abrió la carta:
Leon ahora se encontraba mirando el billete de un dólar que venía en su carta con una intensidad en la expresión que me dejó perplejo.
– ¿Qué estás mirando? –
De repente me di cuenta de que en verdad estaba haciendo algo de lo que no me esperaba ser testigo. El hombre estaba luchando por contener las lágrimas. Con todo ese esfuerzo seguramente tendría éxito. Pero no lo hizo. Dos pequeñas gotas se formaron en la esquina de sus ojos, y lentamente se hicieron un poco más grandes. Allí permanecieron por un momento o dos, hasta que las apretó fuera de sus ojos, a pesar de la propia voluntad de Leon. Observé su lento descenso por el rostro.
Este estado de ánimo pronto dio paso a otro. A medida que las dos pequeñas gotas se acercaron a la mitad del recorrido por sus mejillas, Leon cuidadosamente las recogió con su dedo índice, primero una, luego otra, y las chupó.
– ¿Qué estás haciendo? –
“Las lágrimas son el mejor antiséptico que hay”, dijo Leon. “No debemos desperdiciar las lágrimas.”
Empezó a examinar el billete de un dólar, dándole vueltas de un lado a otro. “No he visto uno de estos desde hace años. Quiero decir, manejar.” Leyó el nombre de la Tesorería de los Estados Unidos y el número de serie.
– ¿La carta te hace feliz o triste? –
“Me siento un poco contento.”
– ¿Hay algún problema con tus ojos? –
“Oh, tengo escozor, señor, así que estoy disfrutando de un poco de desinfectante, señor, – el mejor en el mundo: Lágrimas.”
– ¿Estás llorando? –
“No, tengo escozor en los ojos a causa de alguna enfermedad.”
Las cartas falsas de la supuesta esposa de Leon continuaron durante semanas, con frecuencia conteniendo dinero e instrucciones específicas sobre cómo gastarlo. A veces, las notas le pedían hacer pequeños cambios en sus rituales diarios, tales como la marca de tabaco que debía fumar un día. Obedeció durante algunas semanas, pero poco a poco Leon llegó a la conclusión de que quien escribía las cartas no era su esposa, sino alguna paciente en el hospital que había sido obligada a suplantar a su mujer. Leon se sentó y escribió una carta al Dr. Broadhurst, la psiquiatra mujer residente de la sala. “Sé que usted sabe quién es ella,” acusó Leon. “Dígale que no quiero más donaciones, o cartas.” A partir de ahí se negó a la correspondencia de su supuesta esposa.
El Dr. Rokeach continuó empleando un enfoque más abierto en su cruzada clínica. Los ayudantes del hospital entregaron una carta falsa final a Leon, ésta firmada con el nombre de su tío de confianza, George Bernard Brown. Ahí Leon se enteraba de que un cambio en el personal de Ypsilanti sucedería pronto. Su falso tío profetizó que un nuevo psicólogo estaba a punto de unirse al personal del hospital, y que este cambio de personal iría de acuerdo a los intereses de Leon.
Leon no tuvo que esperar mucho tiempo. En la sesión grupal días más tarde el doctor Rokeach presentó a la señorita Anderson, su nueva y brillante asistente de investigación. Era, a todas luces, un espléndido y brillante espectáculo para la vista. Leon se sintió claramente atraído por su aliada preordenada, y la curiosidad parecía mutua. Ella lo escuchaba con atención, se reía de sus chistes, y parecían compartir intereses. El comportamiento atrevido y coqueto de la señorita Anderson parecía agitar y conflictuar profundamente al joven Leon. A pesar de que con frecuencia y abiertamente discutían temas sexuales, consideraba que la relación misma estaba prohibida. Después de todo, él era un hombre casado.
Semanas después de la introducción de la señorita Anderson, Lean se acercó a ella al comienzo de la cotidiana sesión de grupo. Le entregó un sobre grueso el que explicó contenía “el documento más importante que he escrito en mi vida.” Cuando el Dr. Rokeach lo examinó más tarde, no contenía nada nuevo para él – un desarticulado intento de Leon para resumir su visión del mundo a la señorita Anderson. Fue sólo el primero de varios de estos manifiestos. Pronto Leon convenció a la señorita Anderson de comenzar a participar en discusiones privadas inmediatamente después de las sesiones diarias. Siempre venía preparado con temas de conversación anotados en fichas. El Dr. Rokeach señaló que Leon hacia contacto visual frecuente con la señorita Anderson durante estas discusiones, lo que no era su inclinación normal.
Hospital Estatal Ypsilanti
Aunque los escritos de Rokeach nunca lo admiten, sus otros asistentes de investigación creen que el psicólogo eligió específicamente a la señorita Anderson por el hecho de que era agradable a los ojos. También se sospecha que la había dirigido específicamente para que coqueteara con Leon. Quizás Rokeach pensó que un paciente obligado a elegir entre delirios y amor podría abandonar sus pretensiones divinas y ser sanado.
Durante los meses siguientes, ya sea porque la disonancia se volvió incontrolable o porque el talento para la actuación de la señorita Anderson fue inadecuado. La semilla de la duda comenzó a germinar en Leon, y se convirtió en un ser melancólico y retraído. Acusó a los investigadores de incitarlo al adulterio. Se colocó una venda semi-opaca en los ojos que comenzó a usar cada vez más, y más tarde agregó tapones para los oídos para aislarse aún más a sí mismo de la realidad. Como Rokeach había planteado en la hipótesis, los delirios de Leon de hecho habían cambiado bajo la presión de la tentación, pero no de forma predecible o positiva. Leon afirmó haberse convertido en un hermafrodita. Poco después anunció que estaba embarazada de gemelos, sollozando porque en el futuro tendría que “sufrir imposiciones”. También afirmó que se había convertido en un hombre invisible.
En el siguiente junio, la señorita Anderson partió a una semana de vacaciones. A su regreso se encontró con un Leon abandonado en un estado de ansiedad y exasperación extrema. Aprovechó la oportunidad para anunciarle que no iba a caer en la tentación del adulterio. Canceló todos los futuros posteriores a las reuniones privadas. Terminaba con la señorita Anderson. “La verdad es mi amiga”, dijo a los investigadores. “No tengo otros amigos.”
El Dr. Rokeach finalmente llevó a su fin el experimento de los tres Cristos el 15 de agosto de 1961, a poco más de dos años desde la primera reunión de Clyde, Joseph y Leon. Ninguno de los pacientes había mejorado notoriamente, aunque por el momento Rokeach había hecho que Leon renunciara a su pretensión de ser Jesucristo. En su lugar, insistió en ser conocido como “Dr. Righteous Idealized Dung”. Llegó a creer que él era parte del personal del hospital.
Milton Rokeach se dedicó a escribir un libro sobre el experimento titulado Los tres Cristos de Ypsilanti. Aquí fue donde Rokeach sacó algunas dudosas conclusiones freudianas respecto a la confusión sobre la identidad sexual como base de engaños de identidad. Sin embargo, él se hizo de la idea mediante la comparación de los delirios esquizofrénicos con sus propias experiencias con el LSD. Él escribió:
En un punto del tiempo que estuve bajo la influencia de esta droga, el fonógrafo estaba en marcha. Un solista cantaba
una melodía inquietantemente hermosa. Vi la voz elevarse fuera del tocadiscos, parecía un fantasma. La vi viajar a través de la habitación hacia mí, entonces yo sentí que empujaba su camino en mi oído derecho (no en mi izquierda). Y entonces la oí cantar el resto de la canción en mi cabeza. Mientras esto ocurría, yo sabía que era una alucinación. Pero, aun así, ¡lo viví! Aunque sabía que la realidad de esta experiencia no sería apoyada por el consenso social, no había nada que pudiera decir o hacer que me convenciera de que no me estaba pasando. No importa si mi experiencia fue generada por un estímulo físico externo, tampoco importa si hay otros que estén de acuerdo conmigo o no. Lo importante es que tuve la experiencia. Por lo tanto, ahora me inclino a creer que las alucinaciones o delirios psicóticos son más que simples cuestiones de pretensión o de híper-imaginación que un poco de lógica persuasiva pueda determinar.
Al final, el propio Rokeach tuvo que reconocer que su psicología experimental no había ayudado a Clyde, Joseph, o a Leon. Ni tampoco que había arrojado algún dato utilizable ya que los experimentos de Los tres Cristos de Ypsilanti estaban lejos de ser científicamente rigurosos. Los experimentadores abandonaron a su grupo de control cuando se convirtió en un inconveniente. Avances posteriores en la neurociencia revelaron que la esquizofrenia es un trastorno de los procesos del pensamiento, más que del contenido del pensamiento, asociado con sutiles diferencias en las estructuras cerebrales y en la química cerebral, en consecuencia, ninguna cantidad de psicoterapia puede “curar” los delirios esquizofrénicos. Sin embargo, gracias a la medicina moderna, la esquizofrenia y los trastornos similares son bastante controlables con el uso de medicamentos antipsicóticos.
En la década de 1970 la institucionalización de los pacientes de salud mental cayó rápidamente en desuso en los Estados Unidos. Además, este tipo de experimentos psicológicos se vieron esencialmente extintos cuando el Congreso aprobó la Ley Nacional de Investigación de 1974, que impuso la exigencia de una junta de revisión institucional para supervisar la investigación del comportamiento y para proteger los derechos y el bienestar de los humanos sujetos de investigación.
En la edición de su libro de 1981 El Dr. Milton Rokeach añade un epílogo titulado “Algunas dudas sobre los tres Cristos: veinte años después.” En esta retrospectiva describió una conferencia que pronunció varios meses después de que su experimento terminara, donde en un momento se equivocó al afirmar que había tenido cuatro dioses bajo el escrutinio en su estudio en lugar de tres. Más tarde. se atribuyó este “acto fallido” a una conciencia subconsciente de que él mismo había estado bajo una falsa ilusión de omnipotencia en Ypsilanti. Explicó que en los años transcurridos desde que había crecido “incómodo acerca de la ética” de su investigación, él trató de redimirse a sí mismo con una disculpa:
… mientras yo fallé en curar a los tres Cristos de sus delirios, conseguí curarme a mí mismo – de mi delirio de Dios, en el que yo podía cambiarlos con omnipotencia y omnisciencia organizando y reorganizando su vida cotidiana en el marco de una “institución total”. […] Me di cuenta – de forma tenue en el momento, pero cada vez más claramente a medida que pasaban los años – que realmente no tenía derecho, incluso en nombre de la ciencia, a jugar a ser Dios e interferir con su vida cotidiana