jueves, 3 de diciembre de 2015

Leyenda de la Mujer sin Corazón


Cuenta la leyenda que hace algún tiempo, en un pueblecito de España, cuyo nombre se ha decidido olvidar, sucedió un evento terrible, capaz de asustar a más de uno.

Existía un feliz matrimonio, que se amaba como ningún otro, de aquella unión, nació una niña, que conforme crecía, desarrollaba un amor enfermizo hacia su padre y un odio desmedido por su propia madre.Constantemente le decía a su padre que quería casarse con él, y que deseaba la muerte de su madre para poder ser felices para siempre. La reacción del hombre era de enojo por supuesto, no quería pensar en una situación similar. Pero aquello no tardó mucho en cumplirse.

Durante el funeral, el pobre hombre se hacía pedazos del dolor, mientras la niña trataba a toda costa de esconder una sonrisa diabólica, que a duras penas contenía, pues sus sueños estaban convirtiéndose en realidad, parecía haber hecho un pacto con el señor de las tinieblas, ¿Cómo es posible tanta maldad en una niña tan pequeña?.

Al pasar de los días, el hombre se sumía en una profunda depresión, pero no podía evitar notar que su pequeña mostraba total entereza ante el hecho, animándolo en todo momento. Sin saber que en realidad el buen ánimo de su hija se debía a saber que su madre ya no estaba.

Una tarde la niña salió al parque con sus amigas, y su padre le encargó un corazón de cerdo para la cena. Pero cuando terminó de jugar la carnicería estaba cerrada, así que tubo la macabra idea de profanar la tumba de su madre y arrancarle el corazón… así tampoco dudo en comerlo durante la cena junto a su padre.

Cuando se encontraba en su cama, la niña empezó a escuchar un susurro, una tenue y familiar voz, parecía ir adentrándose en la casa, hasta en punto en que la niña alcanzó a escuchar: -Hija, ¡devuélveme el corazón que me has robado!- junto a esta frase las escaleras crujían, unos pasos se aproximaban a la entrada… la perilla giraba lentamente, hasta que la puerta se abrió, el espectro de la madre entró en la habitación, extendiendo su dedo acusador hasta el corazón de la pequeña, que junto a un último suspiro de horror, dejó de latir… murió de puro pavor.

Desde entonces se ha visto vagar al espíritu de “La Mujer sin Corazón”, algunos dice que atacando niñas para saciar su sed de venganza, otros dicen que simplemente llora por el amor perdido…y así seguirá por toda una eternidad.

Leyenda de las Sombras Negras



Se presentan cuando estas concentrado con la vista fija en un punto, de pronto te sientes observando, a tu alrededor ves algo oscuro, borroso, volteas, pero; ¡no hay nada! … a veces se mueven rápidamente hacia alguna esquina, a través de la pared, dentro de un armario, o se ocultan tras los muebles. Se asoman desde un lugar sin luz, o te observan desde la parte más oscura del cuarto, para después pasar corriendo de un rincón a otro de la casa…

Se trata de un viejo fenómeno que se manifiesta con mayor intensidad y frecuencia alrededor del mundo, pues han sido vistas más que cualquier otra forma fantasmal.


Son fantasmas bidimensionales, oscuros, sin forma o masa; como un dibujo plano sobre un papel. Rara vez muestran su rostro y suelen ir en grupos. Apareciendo en lugares donde la muerte está cerca. Tanto humanos como animales perciben su presencia cuando se turba el ambiente, pues cambian la temperatura del lugar creando leves ráfagas de viento.

En un principio se creía que solo se podía percibir estas sombras negras por el rabillo del ojo, pero muchas personas, las han tenido enfrente por largos periodos. Lo suficiente para describirlas como la silueta de una persona, por lo general de un hombre, sin características físicas, sin ropa…a veces con un sombrero o capucha y de terribles ojos rojos.

Su avistamiento causa una sensación de horror incontrolable. Debido a esto y al negro tan turbio de su composición, las personas las asocian con maldad, con demonios, entes extraterrestres, o seres infernales que se alimentan del miedo y la angustia humana.

En otras teorías se piensa que pueden ser personas realizando viajes astrales, o espíritus de algún difunto atado al mundo terrenal, en lugar de “Avanzar hacia la luz”. Quizá no entienden que han muerto o se niegan a aceptarlo. Probablemente dejaron un asunto pendiente, o son suicidas que temen el castigo eterno.

O simplemente almas atormentadas que se encuentran atrapadas repitiendo un trauma que no pudieron superar.

El desafío a la muerte

Por primera vez frente a una cámara, el Fahaki Ayunanda introducirá todo su cuerpo en una licuadora y asegura que saldrá con vida tras encenderla. Primer cortometraje del multipremiado animador argentino Juan Pablo Zaramella.


El sangriento origen de los cuentos infantiles

La mayoría de los cuentos infantiles, como el de Caperucita Roja, aparecieron en Plena Edad Media, entre reuniones de campesinos en Europa donde los cuentos eran narrados para toda la familia. Las hambrunas y la mortalidad infantil que en aquellas épocas eran algo relativamente común, servían como inspiración para este tipo de historias que sobrevivieron al paso del tiempo gracias a la tradición oral.



Caperucita roja

En una versión francesa de Caperucita roja, después de interrogar a la niña en el bosque y de tomar un atajo a la casa de la abuela, el lobo mata y descuartiza a la anciana sin remordimiento. Las cosas empeoran cuando el villano, fingiendo ser la abuela, ofrece la carne y sangre de la víctima, como si se tratara de vino, para aplacar el hambre de la nieta – que la come y bebe con placer.

Después de llenar el estómago y practicar canibalismo sin saberlo, Caperucita se quita la ropa y la arroja en el fuego a petición del lobo. Pero el contexto de esto no tiene nada de infantil, pues cada vez que la niña le preguntaba qué hacer con la ropa que se quitaba, el lobo respondía: “arrójala en el fuego, mi niña. No la necesitarás más…”

Al acostarse junto al lobo, totalmente desnuda, Caperucita comienza a notar el físico del villano, como si desconfiara de algo. Admirada, la niña empieza a decir: “cuanto vello tienes, abuela”, “que hombros tan grandes” y “que boca tan grande tienes”, entre otros cumplidos a la anatomía del animal.


En el final de esta versión francesa, Caperucita, sintiéndose amenazada, le pide permiso para salir a hacer sus necesidades fuera de la casa. El repugnante lobo le dice que se orine ahí mismo, sobre la cama, pero después permite que la niña salga. Con inteligencia, Caperucita aprovecha el descuido del villano y se escapa.

El escritor francés Charles Perrault fue el primero en plasmar en papel muchos de los cuentos infantiles clásicos, allá por el siglo XVII. Él hizo el final de esta historia más sangriento – con el lobo devorando a la pequeña – e introdujo la famosa moraleja de que “los niños no deben hablar con extraños para no terminar convertidos en comida de lobo”.

En el siglo XIX, los alemanes Jacob y Wilhelm Grimm, los famosos hermanos compiladores de cuentos que hasta entonces solo se transmitían de boca en boca, inventaron la figura del cazador. Al final de la historia, éste aparece y salva el pellejo de Caperucita y de la abuela despanzurrando al lobo con unas tijeras de esquileo.


La bella durmiente

Giambattista Basile fue uno de los primeros en condimentar la historia en el siglo XVII.

Al hilar una rueca, una pequeña astilla (algunas versiones dicen que de cáñamo) se metió bajo la uña de Talía, provocándole un letargo inmediato – una maldición que había sido predicha desde su infancia. Desconsolado, el padre abandona la casa, dejando a su hija dormida completamente sola.


Durante una cacería, el rey, que ya estaba casado, se encuentra con Talía y antes de irse viola a la damisela dormida y la embaraza de gemelos. Cierto día, intentando amamantarse, uno de los gemelos chupa el dedo de su madre y le retira la astilla, despertándola.


Un año después de su encuentro, el rey regresa al bosque, encuentra a Talía despierta y empieza a hacer más frecuentes sus cacerías para mantener una doble vida. La esposa desconfía y pone a un súbdito para que espíe al rey.

Si se lee la versión de Charles Perrault, el final es muy violento.

Aquí la villana es la progenitora del rey. La suegra de Bella (que no tiene nombre en esta versión) es una ogra que se alimenta de niños. No resulta extraño que el rey no le diga ni una sola palabra sobre sus nietos.

Furiosa con su hijo por querer convertir a Bella en la reina, la ogra le ordena al cocinero que le prepare un platillo con la carne de su nieto y nieta. Sin embargo, el criado le sirve carne de ternero y de cabrito para engañarla.

El cocinero esconde a los niños y se vuelve cómplice de Bella – a quien la reina también pretendía comerse. Al escuchar el llanto de los niños, la reina descubre el engaño y decide cocinar a todo mundo.

El caldero que servirá para cocinar a los traidores es llenado con sapos, serpientes y anguilas. Pero, en el último instante, el rey aparece y la ogra, asustada, se arroja de cabeza al caldero, donde es devorada por los animales.


Blancanieves

En la primera versión de los Hermanos Grimm, que data de 1819, es la madre, y no la madrastra, la que conspira con el espejo. Está obsesionada con convertirse en la mujer más hermosa del reino. Llena de envidia por perder el puesto ante su hija de apenas 7 años, planea la desaparición de la mocosa.


La reina envía a un cazador para que asesine a Blancanieves en el bosque. En lugar de llevar el corazón de la niña como prueba de su trabajo, la versión original propone algo más nauseabundo: el cazador debe presentar el hígado y el pulmón de su víctima. Pero el hombre termina engañando a la villana, y le muestra los restos de un jabalí. La madre de Blancanieves se lo cree y lo devora todo, en un (falso) ritual de canibalismo familiar.

Al final, el plan de la reina fracasa y se ve obligada a pagar por sus crímenes. Es juzgada y condenada en el medio de la fiesta de bodas de Blanca Nieves con el príncipe. Como castigo, la malvada madre tiene que bailar hasta la muerte llevando unos zapatos de hierro sobre un montón de brazas.

Los tres Cristos de Ypsilanti

Los tres Cristos de Ypsilanti y los experimentos del Dr. Milton Rokeach nos llevan a conocer un interesante caso de salud mental que condujo los limites de la ética a niveles extremos. Bajo el pretexto de una búsqueda para curar la esquizofrenia, tres hombres mentalmente perturbados fueron sometidos a situaciones que hoy se considerarían una crueldad.


En alguna fecha del transcurso de la década de 1940, un encuentro improbable sucedió en un centro psiquiátrico en Maryland, Estados Unidos. Dos mujeres, cada una de las cuales había sido internada por autoproclamarse como la Virgen María, se enfrascaron en una conversación. Habían estado hablando durante varios minutos cuando la mujer mayor se presentó como “María, la madre de Dios.”



“No puedes serlo, querida“, respondió la otra paciente, incapaz de concebir tal noción. “Debes estar loca. Yo soy la Madre de Dios.”

“Me temo que eres tu quien se confunde“, afirma la primera: “Yo soy María“.

Un miembro del personal del hospital espiaba como las dos Vírgenes María debatían sus identidades. Después de un tiempo, las mujeres pasaron a conversar en voz baja entre sí. Por último, la paciente de mayor edad parecía haber llegado a una conclusión. “Si tú eres María,” le dijo, “Yo debo ser Ana, tu madre.” Eso pareció conformar a ambas, y las pacientes reconciliadas se abrazaron. En las semanas siguientes, la mujer que había cedido ante su delirio se volvió mucho más receptiva al tratamiento, y pronto fue considerada lo suficientemente cuerda como para ser dado de alta del hospital.

Esta anécdota clínica fue recontada en una edición de la Harper’s Magazine en 1955, y un psicólogo social muy respetado llamado Dr. Milton Rokeach la leyó con gran interés. ¿Qué sucedería, se preguntó, si un psicólogo se emparejara deliberadamente con los pacientes que tuvieran delirios de identidad haciéndolos entrar en conflicto con sus identidades? Una especie de apalancamiento psicológico que podría ser utilizado para presionar las grietas de una psique irracional y dejar que entrara la luz de la razón. El Dr. Rokeach buscó y consiguió una beca de investigación para poner a prueba su hipótesis, y comenzó a sondear sanatorios en busca de doppelgängers delirantes. Pronto se encontró con varios individuos que reunían las características: tres pacientes, todos al cuidado del estado, cada uno de los cuales creía ser Jesucristo. Y determinó que era algo bueno.

Rokeach inició su investigación experimental en el Hospital Estatal de Ypsilanti en Michigan en 1959. Le proporcionó instrucciones al médico superintendente, el Dr. Yoder para organizar los traslados que llevarían a los tres pacientes juntos. Yoder obedientemente los envió a la sala D-23 de Ypsilanti, y luego se lavó las manos del asunto. Tres días más tarde, cuando los “Tres Cristos” se levantaron, fueron llevados hasta una pequeña antesala adyacente a la sala D-23.

Era una habitación sencilla con paredes sobrias y muebles deliberadamente poco estimulantes. Como siempre que el Dr. Rokeach se encontraba presente, una nebulosa de humo de tabaco flotaba en el aire. El médico se presentó y a sus tres asistentes de investigación, y explicó que todos ellos tendrían que pasar mucho tiempo juntos en los próximos meses. Los pacientes se sentaron frente a los investigadores en pesadas sillas de maderas con respaldos rectos. Uno de los pacientes ya tenía una edad avanzada, otro era relativamente joven, y el tercero estaba en el medio. Rokeach le pidió al tercero que se presentara el mismo y al grupo.


De izquierda a derecha: Monte Page, Harry Triandis, M. Brewster Smith y Milton Rokeach (1979)

“Mi nombre es Joseph Cassel“, dijo el hombre. Joseph fue un paciente de 58 años de edad, quien en ese momento había estado internado desde hacía casi veinte años. Era bastante calvo, y con frecuencia sonreía a pesar de que le faltaban la mitad de sus dientes frontales. Su camisa y bolsillos de los pantalones estaban repletos de objetos como gafas, tabaco, lápices, pañuelos, libros y revistas. Joseph tendía inexplicablemente a arrojar el material de lectura desde las ventanas cuando pensaba que nadie estaba mirando. A pesar de que no era de Inglaterra, ni había visitado el lugar, anhelaba regresar allí algún día. Él era el más afable de los Tres Cristos.
“Joseph, ¿hay algo más que quieras decirnos?” le responde Rokeach.

“Sí”, respondió. “Yo soy Dios”.

El próximo en hablar fue el mayor de los tres. “Mi nombre es Clyde Benson,” murmuró en una voz baja que caracterizó la mayor parte de su discurso. “Ese es mi nombre convencional.” A los 70 años, Clyde sufría de demencia, pero en sus momentos de lucidez tendía a recordar el pasado cuando trabajaba en los ferrocarriles y la pesca. Era bastante alto y estaba casi totalmente desdentado.

“¿Tienes algún otro nombre?” respondió Rokeach.

“Bueno, tengo otros nombres, pero esa es mi parte vital e hice a Dios el nombre número cinco y el seis a Jesús,” replicó Clyde.

El tercer Cristo se presentó a sí mismo como Leon, el más joven a sus 38 años. Había sido criado por una madre soltera, una mujer cristiana que había luchado con su propia salud mental. Unos cinco años antes su madre regresaba a casa de su sesión en la iglesia como todos los días para encontrar Leon destruyendo los crucifijos y otros adornos de la cristiandad que cubrían todas las paredes de la casa. Leon entonces le ordenó a su madre desechar este tipo de imágenes falsas y adorarlo como Jesús. Era alto y delgado, expresivo, y se mantenía constantemente con las manos delante de él para mantenerlas a la vista.

“Señor,” Leon se presentó a Rokeach, “da la casualidad de que mi acta de nacimiento dice que soy el Dr. Domino Dominorum et Rex Rexarum, Simplis Christianus Pueris Mentalis Doktor“. Este apodo tan largo en latín significa “Señor de Señores y Rey de Reyes, Simple Cristiano Pueril Psiquiatra”. Leon continuó: “También consta en mi acta de nacimiento que soy la reencarnación de Jesucristo de Nazaret.”

Joseph, el que se había presentado a sí mismo por primera vez, también fue el primero en protestar. “Él dice que él es la reencarnación de Jesucristo. No puedo serlo. Yo sé quién soy. Soy Dios, Cristo, el Espíritu Santo, si yo no lo fuera, por Dios, nunca pretendería serlo. Soy Cristo. No quiero decir que soy Cristo, Dios y el Espíritu Santo. Sé que esto es una casa de locos y hay que tener mucho cuidado”.

Después de dejar a Joseph a despotricar durante algún tiempo, el joven Leon intervino. “¡Señor Cassel, por favor! No estoy de acuerdo con que generalice y llame loca a toda la gente de este lugar. Hay gente aquí que no está loca. Cada persona es una casa. Por favor, recuerde ese.”

El Dr. Rokeach les permitió argumentar de esta manera durante unos momentos antes de volverse hacia Clyde, el mayor, y requerir su opinión. “Yo represento a la resurrección,” replicó Clyde. “¡Sí! Soy el mismo que Jesús. Representó a la resurrección…” Se perdió murmurando cosas sin sentido.

Rokeach intentó aclarar, para los registros: “¿Has dicho que eres Dios?”

“Eso es correcto. Dios, Cristo y el Espíritu Santo.”

El decoro se desintegró en Clyde y Joseph, los dos pacientes de mayor edad, comenzaron a bramar el uno contra el otro. “No trates de poner eso en mí, porque voy a demostrar lo que te estoy diciendo. Yo soy dios”… “¡Tú no lo eres!”… “¡Yo soy Dios, Jesucristo y el Espíritu Santa! Yo sé lo que soy y voy a ser lo que soy” Y así sucesivamente. Argumentaron de esta forma durante el resto de la sesión mientras Leon observaba atento y en silencio. Cuando terminaron la sesión de aquel día Leon denunció las sesiones como “tortura mental”.


Pinturas hechas por enfermos mentales

La hipótesis del Dr. Rokeach se basaba en poder alterar o eliminar los delirios esquizofrénicos si se obligaba a los pacientes a enfrentarse a lo que describió como “la última contradicción concebible para los seres humanos“: más de una persona afirmando la misma identidad. Con esto en mente, en el trascurso de los próximos meses se las arregló para formular una serie de experimentos que desafiaban las identidades de los tres Cristos. Los investigadores también definieron un grupo de control que se integraba por tres internas que recibirían la misma cantidad de atención personal como los tres internos hombres. De la misma forma, estas mujeres mostraban delirios de identidad, sin embargo, en nombre de la ciencia los investigadores tendrían que tener cuidado de no hacer entrar en disputa a las identidades de estas mujeres. Implementando una medición de la deriva delirante en estos pacientes de control, Rokeach tenía la esperanza de cuantificar y corregir los efectos del aumento de la interacción psicológica.

Rokeach intentó maximizar el contacto entre los Cristos asignándoles a los tres hombres camas adyacentes en la sala D-23, asientos juntos en la zona de comedor, y ordenando que trabajaran codo a codo en la lavandería. Sus asistentes en la investigación fueron instruidos para llevar a cabo una sesión grupal todos los días, y para seguir e inventariar las actividades de los Cristos durante el resto del día. Una vez por semana el mismo Dr. Rokeach empujaría personalmente en las psiques de los pacientes.

En una ocasión, Rokeach preguntó al grupo, “¿Por qué están en este hospital?”

Clyde, el más viejo, murmuró que era el propietario del edificio y de las tierras circundantes y que se había quedado como cuidador. Joseph orgullosamente explicó que el hospital era un bastión inglés, y que se encontraba allí para defenderlo. Leon, el más joven y menos institucionalizado, era el único en reconocer que él mismo era un enfermo mental, pero no llegó a admitir su propio engaño. Culpó a algunos perseguidores celosos de someterlo injustamente al tormento del manicomio.

“¿Por qué creen que los traje juntos?” les solicitó Rokeach.

Clyde – a quien los otros comenzaron a referirse como “el anciano” – se negó obstinadamente a especular. En cuanto a Joseph, insistió en que su presencia era para convencer a los otros de que estaban locos, y de que él mismo era el único y verdadero Dios. Leon había llegado a una conclusión parcialmente correcta, infirió que el Dr. Rokeach estaba enfrentando a los pacientes unos contra otros, pero Leon también afirmó que el objetivo de los investigadores era usar “vudú electrónico” para lavar el cerebro a los pacientes.

Semana tras semana las discusiones continuarían. A medida que la novedad se empezaba a disipar la tensión comenzaba a subir. Los debates sobre cómo cada Cristo intentó desengañar a los demás de sus creencias equivocadas se volvían apasionados. Mientras tanto, las preguntas de los investigadores se hacían más confrontantes. Cada paciente se esforzó por mantener un comportamiento racional, sin embargo, los arrebatos, las obscenidades y las amenazas se hicieron cada vez más comunes, tanto dentro como fuera de las sesiones. En una ocasión, cuando Leon esperaba en la cola de la cena, un paciente molesto se le acercó y le preguntó: “¿Todavía crees que eres Jesucristo?”

“Señor, ciertamente, soy Jesucristo”, respondió Leon.

El problemático enfermo se dirigió a otro paciente que esperaba en la cola y le dijo: “Este hombre piensa que es Cristo. Está loco, ¿no?”

“¡Él no es Cristo, soy yo!” respondió aquel hombre furiosos. Resultó que se trataba de Joseph.

El viejo Clyde no estaba muy lejos, y se le oyó bramar: “No, él no es, soy yo”

La primera agresión física ocurrió a tres semanas de iniciado el experimento. Durante la sesión de grupo diaria, Leon sostenía que el Adán de la Biblia era un “hombre de color”. Clyde lo confrontó rabia, a la que Leon respondió: “Yo creo en la porquería veraz, pero no me interesa tu porquería.” El anciano lo golpeó en la mejilla con un sólido derechazo. Leon se quedó con las manos cruzadas y no hizo ningún esfuerzo para responderle o defenderse. El Dr. Rokeach y su asistente alejaron a Clyde, le permitieron componerse, y en poco tiempo la conversación continuaba como si nada hubiera pasado.


Esta no fue la única ocasión que los autodenominados Cristos llegaron a las agresiones físicas por diferencias filosóficas, pero poco a poco el intenso discurso dio lugar a una inestable paz, condescendiente de forma mutua. Los hombres a veces bromeaban con los delirios de los otros, y otras veces bailaban alrededor de ellos. Con el tiempo, cada uno Cristo cultivó nuevas ilusiones para retener su reclamo a la piedad. Clyde cuadró su realidad con la de los demás cuando llegó a la conclusión de que los otros hombres en realidad eran muertos – en su mente eran absurdos títeres cadavéricos cuyas extremidades y rostros eran controlados por máquinas ocultas en su interior. Leon explicó las afirmaciones de los otros como las mentiras de impostores en busca de atención, o como el resultado de términos técnicos de sonido sin sentido como “interferencias” o “imposición electrónica”. En cuanto a Joseph, este observó sabiamente que los otros autoproclamados Cristos, eran los pacientes de un hospital psiquiátrico, lo que demostraba que estaban bastante locos.

Diario de un esquizofrénico

Las semanas se convirtieron en meses, las temáticas de los sujetos de prueba tales como sus alimentos favoritos y anécdotas personales empezaron a dominar las sesiones. Incluso fuera de las reuniones, con frecuencia los tres hombres se sentaban juntos en silencio a pesar de ser libres para andar y mezclarse con otros. Compartían el tabaco y sobresalían unos por otros contra los intrusos. Cada uno seguía creyendo que él era la encarnación de la Santísima Trinidad, con el poder de hacer milagros, pero los tres habían aprendido que la discusión religiosa no era propicia para la convivencia pacífica.

A muy a altas horas en la noche, los pacientes de la sala D-23 de Ypsilanti tenían problemas para conciliar el sueño debido a los ronquidos secundarios de algunos durmientes que interrumpían la noche silenciosa. Frustrado, uno de los pacientes finalmente gritó: “¡Jesucristo! Deja de roncar.”

Clyde se sentó en la cama y dijo: “¡No era yo el que estaba roncando! Era él”


Luego de seis meses inmersos en el estudio, el Dr. Rokeach decidió disolver el grupo de control de las mujeres. Citó “aburrimiento y fatiga” como la razón para sacrificar el contrapeso científico, así como problemas presupuestarios. Las sesiones diarias con los varones continuaron intactas. De hecho, el Dr. Rokeach decidió acelerar su experimento espiando a los Cristos en cautiverio y poniendo a prueba la intensidad de sus delirios.

Durante una de las sesiones, el Dr. Rokeach sacó un recorte de periódico que había traído con él y lo pasó de mano en mano. El viejo Clyde y el maduro Joseph tuvieron problemas para leer la letra pequeña, por lo que Leon se ofreció a leer en voz alta para los demás. Era el resumen de un reportero local de una conferencia dada recientemente por un tal “Dr. Rokeach.” Evidentemente esta lectura trataba de un experimento psicológico extraño en el Hospital Estatal de Ypsilanti con tres hombres que aseguraban ser Jesucristo.

Como Leon lo leyó en voz alta, Clyde se retiró antes un insensible “estupor”. El propio Leon se veía cada vez más molesto. Él era totalmente consciente del contenido del artículo. Después de terminar la lectura, protestó por lo que aparecía en el artículo. “Cuando se utiliza la psicología para agitar, no hay ninguna psicología más que escuchar”, dijo el Dr. Rokeach. “No estás ayudando a la persona. Los estás agitando. Agitar a alguien es menospreciar su inteligencia.” Con esto, Leon se retiró. Joseph no se dio cuenta de que el articulo destacaba a Clyde, Leon, y a él mismo. Él simplemente comentó que era “pura locura” creer en un Dios cuando no hay uno. En cuanto a Clyde, no tenía nada más que decir aquel día.

En octubre, Joseph comenzó a recibir cartas del Dr. Yoder, el superintendente del hospital. O más bien, él creía que se mensaje aba con el Dr. Yoder – las cartas fueron escritas por el mismo Dr. Rokeach, con el permiso del Dr. Yoder. Rokeach quería averiguar si la presión de una respetada figura de autoridad exterior podría producir un cambio en las creencias y los comportamientos del paciente. Tomando en cuenta las recomendaciones del mismo superintendente, ¿qué haría Joseph? Rokeach reconoció “graves cuestiones éticas” involucradas, y sus asistentes de investigación le expresaron su preocupación en cuanto a la metodología, pero el doctor Rokeach hizo hincapié en su intención de emplearla con precaución, y agregó, “nosotros esperamos que pueda haber, terapéuticamente hablando, poco que perder y, con suerte, mucho que ganar”.

La primera de estas cartas elogiaba a Joseph por su evolución clínica, y lo invitaba a renunciar a sus reclamos de herencia ingleses. Joseph escribió cartas entusiastas en respuesta, pero se mostró reacio a renunciar a su amada Inglaterra. El impostor Yoder le incitó para que asistiera a la iglesia, que no era algo que le interesaba a Joseph, pero después de mucho molestar finalmente cedió. Rokeach luego comenzó a incluir pequeñas cantidades de dinero para que gastara en la tienda del hospital, indicándole en las cartas que el Dr. Yoder amaba a Joseph “como a un hijo.” Joseph respondió a este abordaje en sus respuestas posteriores con “Mi querido papá.” El falso Yoder incluso le recomendó a Joseph intentar con un nuevo fármaco prometedor – en realidad un placebo – y luego Rokeach cortó la comunicación abruptamente a pesar de la respuesta positiva de Joseph. Como última instancia, el frustrado Joseph hizo un llamamiento a una autoridad superior por escrito pidiéndole directamente al Presidente Kennedy su salida del hospital.

El Dr. Rokeach también mantuvo correspondencia engañosa con Leon. Rokeach decidió poner a prueba la fuerza de un ilusión frecuente expresada por Leon que decía tener una esposa fuera del hospital. La primera carta fue entregada a Leon por un ayudante, poco antes de la sesión grupal de todos los días. Leon vio que estaba firmada con el nombre de su mujer imaginario, y en la nota le decía que tenía la intención de visitarlo en un día y hora señalada en el futuro cercano. Leon dijo a la ayudante que la carta debía ser una falsificación. Su comportamiento durante las siguientes sesiones fue inusualmente deprimido, pero él no quiso decir por qué. Cuando llegaron el día y la hora convenida, los investigadores observaron que Leon fue al lugar de reunión. No regresó hasta mucho más tarde. Los investigadores señalaron que Leon se había deprimido mucho más, y que estaba siendo inusitadamente rudo con los voluntarios del hospital del sexo femenino.


MRI de un paciente con esquizofrenia

Rokeach continuó escribiendo más de esas cartas a Leon, estas integraban algunos términos de la propia cosecha psicológica de Leon. Gradualmente Leon pareció considerar la posibilidad de que las cartas eran auténticas. Su esposa inexistente le sugirió una nueva cita para ir a visitarlo, y Leon se duchó y afeitó para saludarla. Ella no apareció. Sin embargo, otra carta dio lugar a otra cita perdida. El asistente de investigación que los monitoreaba señaló que las repetidas citas fraudulentas volvían a Leon “visiblemente molesto y enojado.”

La esquizofrenia de Jani Schofield

A pesar de todo esto, el Dr. Rokeach todavía no se convencía de que Leon creyera realmente que las cartas eran de su esposa. Quizá Leon simplemente asistía a las citas con la esperanza de identificar al impostor. La siguiente idea de Rokeach era que la señora de Leon le enviaba algo de dinero, y luego esperaria a ver si Leon aceptaba y gastarlo. En todos sus días de interno Leon había repudiado categóricamente el uso del dinero para cualquier propósito, y como resultado, su cuenta bancaria intacta del hospital era bastante grande. El Dr. Rokeach escribió más tarde sobre lo que pasó cuando Leon abrió la carta:

Leon ahora se encontraba mirando el billete de un dólar que venía en su carta con una intensidad en la expresión que me dejó perplejo.

– ¿Qué estás mirando? –

De repente me di cuenta de que en verdad estaba haciendo algo de lo que no me esperaba ser testigo. El hombre estaba luchando por contener las lágrimas. Con todo ese esfuerzo seguramente tendría éxito. Pero no lo hizo. Dos pequeñas gotas se formaron en la esquina de sus ojos, y lentamente se hicieron un poco más grandes. Allí permanecieron por un momento o dos, hasta que las apretó fuera de sus ojos, a pesar de la propia voluntad de Leon. Observé su lento descenso por el rostro.

Este estado de ánimo pronto dio paso a otro. A medida que las dos pequeñas gotas se acercaron a la mitad del recorrido por sus mejillas, Leon cuidadosamente las recogió con su dedo índice, primero una, luego otra, y las chupó.

– ¿Qué estás haciendo? –

“Las lágrimas son el mejor antiséptico que hay”, dijo Leon. “No debemos desperdiciar las lágrimas.”

Empezó a examinar el billete de un dólar, dándole vueltas de un lado a otro. “No he visto uno de estos desde hace años. Quiero decir, manejar.” Leyó el nombre de la Tesorería de los Estados Unidos y el número de serie.

– ¿La carta te hace feliz o triste? –

“Me siento un poco contento.”

– ¿Hay algún problema con tus ojos? –

“Oh, tengo escozor, señor, así que estoy disfrutando de un poco de desinfectante, señor, – el mejor en el mundo: Lágrimas.”

– ¿Estás llorando? –

“No, tengo escozor en los ojos a causa de alguna enfermedad.”



Las cartas falsas de la supuesta esposa de Leon continuaron durante semanas, con frecuencia conteniendo dinero e instrucciones específicas sobre cómo gastarlo. A veces, las notas le pedían hacer pequeños cambios en sus rituales diarios, tales como la marca de tabaco que debía fumar un día. Obedeció durante algunas semanas, pero poco a poco Leon llegó a la conclusión de que quien escribía las cartas no era su esposa, sino alguna paciente en el hospital que había sido obligada a suplantar a su mujer. Leon se sentó y escribió una carta al Dr. Broadhurst, la psiquiatra mujer residente de la sala. “Sé que usted sabe quién es ella,” acusó Leon. “Dígale que no quiero más donaciones, o cartas.” A partir de ahí se negó a la correspondencia de su supuesta esposa.

El Dr. Rokeach continuó empleando un enfoque más abierto en su cruzada clínica. Los ayudantes del hospital entregaron una carta falsa final a Leon, ésta firmada con el nombre de su tío de confianza, George Bernard Brown. Ahí Leon se enteraba de que un cambio en el personal de Ypsilanti sucedería pronto. Su falso tío profetizó que un nuevo psicólogo estaba a punto de unirse al personal del hospital, y que este cambio de personal iría de acuerdo a los intereses de Leon.

Leon no tuvo que esperar mucho tiempo. En la sesión grupal días más tarde el doctor Rokeach presentó a la señorita Anderson, su nueva y brillante asistente de investigación. Era, a todas luces, un espléndido y brillante espectáculo para la vista. Leon se sintió claramente atraído por su aliada preordenada, y la curiosidad parecía mutua. Ella lo escuchaba con atención, se reía de sus chistes, y parecían compartir intereses. El comportamiento atrevido y coqueto de la señorita Anderson parecía agitar y conflictuar profundamente al joven Leon. A pesar de que con frecuencia y abiertamente discutían temas sexuales, consideraba que la relación misma estaba prohibida. Después de todo, él era un hombre casado.

Semanas después de la introducción de la señorita Anderson, Lean se acercó a ella al comienzo de la cotidiana sesión de grupo. Le entregó un sobre grueso el que explicó contenía “el documento más importante que he escrito en mi vida.” Cuando el Dr. Rokeach lo examinó más tarde, no contenía nada nuevo para él – un desarticulado intento de Leon para resumir su visión del mundo a la señorita Anderson. Fue sólo el primero de varios de estos manifiestos. Pronto Leon convenció a la señorita Anderson de comenzar a participar en discusiones privadas inmediatamente después de las sesiones diarias. Siempre venía preparado con temas de conversación anotados en fichas. El Dr. Rokeach señaló que Leon hacia contacto visual frecuente con la señorita Anderson durante estas discusiones, lo que no era su inclinación normal.


Hospital Estatal Ypsilanti

Aunque los escritos de Rokeach nunca lo admiten, sus otros asistentes de investigación creen que el psicólogo eligió específicamente a la señorita Anderson por el hecho de que era agradable a los ojos. También se sospecha que la había dirigido específicamente para que coqueteara con Leon. Quizás Rokeach pensó que un paciente obligado a elegir entre delirios y amor podría abandonar sus pretensiones divinas y ser sanado.

Durante los meses siguientes, ya sea porque la disonancia se volvió incontrolable o porque el talento para la actuación de la señorita Anderson fue inadecuado. La semilla de la duda comenzó a germinar en Leon, y se convirtió en un ser melancólico y retraído. Acusó a los investigadores de incitarlo al adulterio. Se colocó una venda semi-opaca en los ojos que comenzó a usar cada vez más, y más tarde agregó tapones para los oídos para aislarse aún más a sí mismo de la realidad. Como Rokeach había planteado en la hipótesis, los delirios de Leon de hecho habían cambiado bajo la presión de la tentación, pero no de forma predecible o positiva. Leon afirmó haberse convertido en un hermafrodita. Poco después anunció que estaba embarazada de gemelos, sollozando porque en el futuro tendría que “sufrir imposiciones”. También afirmó que se había convertido en un hombre invisible.

En el siguiente junio, la señorita Anderson partió a una semana de vacaciones. A su regreso se encontró con un Leon abandonado en un estado de ansiedad y exasperación extrema. Aprovechó la oportunidad para anunciarle que no iba a caer en la tentación del adulterio. Canceló todos los futuros posteriores a las reuniones privadas. Terminaba con la señorita Anderson. “La verdad es mi amiga”, dijo a los investigadores. “No tengo otros amigos.”

El Dr. Rokeach finalmente llevó a su fin el experimento de los tres Cristos el 15 de agosto de 1961, a poco más de dos años desde la primera reunión de Clyde, Joseph y Leon. Ninguno de los pacientes había mejorado notoriamente, aunque por el momento Rokeach había hecho que Leon renunciara a su pretensión de ser Jesucristo. En su lugar, insistió en ser conocido como “Dr. Righteous Idealized Dung”. Llegó a creer que él era parte del personal del hospital.

Milton Rokeach se dedicó a escribir un libro sobre el experimento titulado Los tres Cristos de Ypsilanti. Aquí fue donde Rokeach sacó algunas dudosas conclusiones freudianas respecto a la confusión sobre la identidad sexual como base de engaños de identidad. Sin embargo, él se hizo de la idea mediante la comparación de los delirios esquizofrénicos con sus propias experiencias con el LSD. Él escribió:


En un punto del tiempo que estuve bajo la influencia de esta droga, el fonógrafo estaba en marcha. Un solista cantaba

una melodía inquietantemente hermosa. Vi la voz elevarse fuera del tocadiscos, parecía un fantasma. La vi viajar a través de la habitación hacia mí, entonces yo sentí que empujaba su camino en mi oído derecho (no en mi izquierda). Y entonces la oí cantar el resto de la canción en mi cabeza. Mientras esto ocurría, yo sabía que era una alucinación. Pero, aun así, ¡lo viví! Aunque sabía que la realidad de esta experiencia no sería apoyada por el consenso social, no había nada que pudiera decir o hacer que me convenciera de que no me estaba pasando. No importa si mi experiencia fue generada por un estímulo físico externo, tampoco importa si hay otros que estén de acuerdo conmigo o no. Lo importante es que tuve la experiencia. Por lo tanto, ahora me inclino a creer que las alucinaciones o delirios psicóticos son más que simples cuestiones de pretensión o de híper-imaginación que un poco de lógica persuasiva pueda determinar.




Al final, el propio Rokeach tuvo que reconocer que su psicología experimental no había ayudado a Clyde, Joseph, o a Leon. Ni tampoco que había arrojado algún dato utilizable ya que los experimentos de Los tres Cristos de Ypsilanti estaban lejos de ser científicamente rigurosos. Los experimentadores abandonaron a su grupo de control cuando se convirtió en un inconveniente. Avances posteriores en la neurociencia revelaron que la esquizofrenia es un trastorno de los procesos del pensamiento, más que del contenido del pensamiento, asociado con sutiles diferencias en las estructuras cerebrales y en la química cerebral, en consecuencia, ninguna cantidad de psicoterapia puede “curar” los delirios esquizofrénicos. Sin embargo, gracias a la medicina moderna, la esquizofrenia y los trastornos similares son bastante controlables con el uso de medicamentos antipsicóticos.

En la década de 1970 la institucionalización de los pacientes de salud mental cayó rápidamente en desuso en los Estados Unidos. Además, este tipo de experimentos psicológicos se vieron esencialmente extintos cuando el Congreso aprobó la Ley Nacional de Investigación de 1974, que impuso la exigencia de una junta de revisión institucional para supervisar la investigación del comportamiento y para proteger los derechos y el bienestar de los humanos sujetos de investigación.

En la edición de su libro de 1981 El Dr. Milton Rokeach añade un epílogo titulado “Algunas dudas sobre los tres Cristos: veinte años después.” En esta retrospectiva describió una conferencia que pronunció varios meses después de que su experimento terminara, donde en un momento se equivocó al afirmar que había tenido cuatro dioses bajo el escrutinio en su estudio en lugar de tres. Más tarde. se atribuyó este “acto fallido” a una conciencia subconsciente de que él mismo había estado bajo una falsa ilusión de omnipotencia en Ypsilanti. Explicó que en los años transcurridos desde que había crecido “incómodo acerca de la ética” de su investigación, él trató de redimirse a sí mismo con una disculpa:


… mientras yo fallé en curar a los tres Cristos de sus delirios, conseguí curarme a mí mismo – de mi delirio de Dios, en el que yo podía cambiarlos con omnipotencia y omnisciencia organizando y reorganizando su vida cotidiana en el marco de una “institución total”. […] Me di cuenta – de forma tenue en el momento, pero cada vez más claramente a medida que pasaban los años – que realmente no tenía derecho, incluso en nombre de la ciencia, a jugar a ser Dios e interferir con su vida cotidiana

Psicópatas, las máquinas del crimen

Para los psicópatas que llegan a convertirse en criminales, las únicas leyes son las propias. La crueldad y el poder sobre los demás les provocan placer. Y no hay castigo que les impida actuar de nuevo.


Ni todos los delincuentes son psicópatas y ni todos los psicópatas son delincuentes. Sin embargo, su prevalencia dentro de la población carcelaria es notable: en las cárceles representan un 20% del total, pero esta quinta parte es responsables por el 50% de los delitos graves cometidos por los reclusos. ¿Has escuchado de esos crímenes repletos de crueldad que sorprenden a todo el mundo? Muy probablemente haya un psicópata detrás de ellos.



Pero, ¿por qué los psicópatas eligen el lado del crimen? Aquí hay una primera pista: piensan y sienten de forma diferente a otras personas, en consecuencia actúan de forma diferente. “El psicópata carece de una conciencia moral. No le importa lo que dicta la ley. La entiende a la perfección, pero tiene sus propias leyes. Hace lo que quiere sin importar las consecuencias“, dice el psiquiatra argentino Luis Alberto Kvitko, profesor en la Universidad de Buenos Aires. “Eso no quiere decir que sea inconsciente. Al contrario: tiene plena conciencia de sus actos“.

Como el psicópata sólo es capaz de respetar su propia ley, posee una libertad interior mucho más amplia que la de los demás. Aunque la mayoría de las personas sienten cierta inhibición a la hora de cometer algún delito, el psicópata lo lleva a cabo sin ataduras.

Para él, la violencia y las amenazas son herramientas muy útiles cuando se siente desafiado y frustrado. Y no tiene conexión alguna con el dolor que sienten las víctimas. Utiliza la violencia para satisfacer una necesidad inmediata, como el sexo. Y, después del acto, acostumbra a sentir indiferencia, placer o poder en lugar de remordimiento.

Esto se debe a que visualiza a las personas a su alrededor como objetos disponibles para satisfacer sus propósitos. Esa lógica le impide colocarse en el lugar de otro o sentir remordimiento por el daño que les causa. ¿Quién siente remordimiento por hacerle daño a un objeto?

Fórmula para el mal

La falta de moral, la falta de culpa, las necesidades de poder y la libertad interior ilimitada son el perfil ideal para la formación de un delincuente. El psicópata se construye de forma natural su papel de criminal, así como algunos nacen con cierto talento para el baile, el psicópata tiene un talento nato para delinquir. Su disposición a sacar provecho de cualquier situación, combinada con la falta de control interno, son una fórmula perfecta para el crimen.

Esta fórmula hace del psicópata un criminal diferente. Muchos criminales son el producto de un espiral de violencia. Fueron maltratados durante la infancia y como consecuencia se convirtieron en agresores, por ejemplo. Otros roban para financiarse su adicción a las drogas. O porque están locos. Y hay quienes hacen del bandolerismo una profesión, el típico inútil que roba porque es más fácil de trabajar.

Pero no sucede así con el psicópata. Él comete el delito porque encuentra más estimulante ejercer poder sobre las personas a través del abuso que por mérito. No sólo es moldeado por el ambiente social, sino más bien por la incapacidad de adaptarse a las normas sociales.

“El delincuente común tiene un trastorno de carácter, pero no llega a la característica de crueldad del criminal psicópata“, dice Hilda Morana, expresidente del Departamento de Psiquiatría Forense de la Asociación Brasileña de Psiquiatría. Cita el ejemplo del bandido común que secuestra al hijo de un hombre de negocios, lo mantiene cautivo y negocia con la familia. Para obtener dinero fácil, amenaza con cortar un trozo de la oreja del niño – pero no llega a tanto. Mientras que el psicópata la corta, por una crueldad fortuita. “El psicópata comete cuatro veces más crímenes violentos que el criminal ordinario. Hace maldades que no precisa para obtener dinero fácil“, dice Morana.

Por lo tanto, el crimen de un psicópata es diferente a un crimen pasional. Olvida al esposo que agrede a su mujer después de un ataque de celos o en una discusión. “El psicópata no reacciona a los estímulos que provocan una descarga agresiva. No necesita de estos para actuar“, dice Kvitko. El psicópata puede manejar a la perfección el estrés. Incluso no sufren de estrés post-traumático.

Generalmente, este tipo de criminal termina preso. Con su capacidad de simular arrepentimiento, tienen 2.5 veces más posibilidades de conseguir la libertad condicional, según un estudio canadiense. Pero el tiempo que pasa en prisión no cambia su comportamiento cuando regresa a la sociedad. Su personalidad le obliga a cometer nuevos delitos: la tasa de reincidencia es del 70%, y sólo la mitad de ellos reducen su actividad criminal después de los 40 años de edad.

“La psicopatía es uno de los pronósticos más poderosos de reincidencia del crimen“, dice el psicólogo forense Stephen Porter, quien desarrolla investigaciones con psicópatas en las prisiones canadienses. Según él, el criminal psicópata comete más crímenes, con una mayor variedad y más violencia que el delincuente común.

Y el consenso es que resulta inútil intentar un tratamiento con un psicópata adulto. “Cuando son obligados a someterse a la terapia, generalmente empeoran a medida que aprenden a utilizar la psicología para utilizar a las personas“, dice la enfermera psiquiátrica estadounidense Pamela Kulbarsh, de un equipo de emergencia psiquiátrica en San Diego, EE.UU. “La terapia tradicional puede hacer que el psicópata comete más crímenes y con más maldad“.

AMIGOS CABRONES

Hay gente de buen corazón que dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Esto es siempre es así? Mis cojones 33!

Hoy os presento varios ejemplos de simpáticos amigos cabroncetes que se dedican a hacer putadas aprovechando el sagrado momento en que su colega queda inconsciente al alcanzar el nirvana etílico.


Presentamos la nueva hamburguesa masterchef de McDonalds. Un exquisito bocado que contiene un ingrediente singular: aderezo de colega al gintonic.


Doraemon, harto del inútil de Nobita tramó un malvado plan para deshacerse de él. Aquí contemplamos su última imagen, caracterizado de forma chapucera como el diabólico gato cósmico. Una siniestra imagen para un crimen casi perfecto.


Aquí tenemos otra excelente muestra de arte culinario que incluye a colegas borrachos. Como vemos, aliñar a los amigos con comida basura es tendencia. En este caso, el dibujo a rotulador añade un curioso toque artístico.


Jajaja! Los cenobitas también tienen derecho a tajarse. Pinhead ha mutado en Cenicerohead. El plátano añade un toque inquietante. Aunque no hay que olvidar que a los cenobitas les tira bastante el rollo sadomaso. Ignoramos en que oscuros orificios habrá estado ese plátano. Hay cosas que no están destinadas al conocimiento humano.


Espinete también fue un joven alocado. Aquí vemos al simpático erizo tras una dura juerga con la rana Gustavo, Epi, Blas y don Pimpón.


Para el final dejamos a los amigos más cabrones de todos. A este fornido joven le han decorado la cabeza con un Rajoy! Nunca antes se ha visto un acto de tanta maldad como este.

AUN MÁS GILIPOLLAS

Semana a semana me esfuerzo en superarme en el nivel de gilipollez. Es una labor titánica que no tiene recompensa alguna. Pero me da igual. Adoro la idiotez y la mierdosidad en todas sus variantes. Hoy os traigo un recopilado de gilipolleces varias sin sentido alguno.


Esto es muy raro. Espero que alguien pueda aclararme qué cojones se ha metido este sujeto en sus fosas nasales. Parecen alfileres o mocos mutantes. Da igual. Da puto asco y punto. Tío, como sigas así vas a morir virgen.


EN BOCA CERRADA NO ENTRAN MOSCAS, ENTRAN POLLAS COMO ROSCAS”

(Carmen de Mairena)

Otro especialito que parece seguir a pies puntillas los consejos de la gran diva española. Pero tío, porqué coño haces esto? Te crees que vas a molar más? Qué vas a ser el más duro del barrio? Quiérete un poco. Que pareces una muñeca hinchable maltratada adicta a los bollos.


La vida es muy dura para FLASH. Nuestro veloz superhéroe decidió pasarse por el escroto las recomendaciones de la OMS y acabar a hipervelocidad con la producción anual de bacon de Texas. Su fiel amigo, el rotulador indelebe, le ayuda a seguir marcando abdominales a su manera.

BONUS TRACK: EXPECTATIVAS VS REALIDAD

EXPECTATIVAS


REALIDAD


Pero qué cojones!!!! AAAAAjajajajajajajargh. Les presento el disfraz más mierda de Breaking Bad. Quería hacer un crossover imposible con las Tortugas Ninja? Estaba borracho cuando diseño el disfraz? Perdió una apuesta? Tío, el gran Danny Trejo y su personaje de Tortuga se merecían algo un poquitín más digno.