domingo, 24 de julio de 2016

Una monjita y un exorcismo



A Miguel se le aparecía en sueños una monjita que le señalaba el rostro de un hombre. En su desesperación, Miguel soñaba que esa mujer piadosa y consagrada le decía, sin palabras, "este hombre puede salvarte del averno". Miguel vivía en Entre Ríos y trabajaba con un miembro de una secta satánica que lo pretendía en amores. Se había resistido a ese requerimiento, había probado alimentos que el mago le había cocinado a modo de galante obsequio y, a partir de entonces, había sufrido convulsiones, violencias y toda clase de fenómenos autodestructivos. Lo habían tratado médicos y psiquiatras, y un sacerdote local le había diagnosticado "posesión diabólica". Al borde del suicidio, creyendo verdaderamente que estaba tomado por el demonio, llegó a la provincia de Buenos Aires y buscó, por medio de unos parientes alarmados, a un exorcista.

Carlos Mancuso es el párroco del templo de San José, sobre la calle 6, y el cura autorizado por el obispado de La Plata para realizar el ritual más misterioso y estremecedor de la liturgia católica. Cuando Mancuso examinó en su despacho al paciente y comprobó que no se trataba de un asunto meramente psiquiátrico, Miguel reconoció en sus facciones la cara del hombre providencial que le señalaba, en sueños, aquella monja ignota.

La primera asesina en serie conocida


LOCUSTA

Locusta nació en la Galia durante el siglo I. Al vivir en el campo, desde niña aprendió a conocer las propiedades de las plantas, tanto las beneficiosas como aquellas más perjudiciales. Cuenta la leyenda que cada día probaba un nuevo veneno, hasta hacerse inmune a todos. Sus víctimas, en cambio, no habían tenido tal precaución.

Se convirtió en esclava de Roma, pero no le fue mal. Logró hacer fortuna allí, puesto que sus conocimientos eran muy estimados. Su especialidad eran los llamados polvos de sucesión, a base de arsénico fundamentalmente, aunque también solía emplear setas venenosas, cicuta, beleño y otras plantas. Cuando había que deshacerse de un rival político o se deseaba cobrar una herencia, los romanos no tenían más que dirigirse a Locusta, porque, además, su trabajo era tan bueno que se conseguía que las muertes parecieran naturales. Se rumoreaba que la propia Mesalina había acudido a ella para librarse de Tito, el amante del que ya se había cansado.

Una madre asesina


AURORA RODRÍGUEZ CARBALLEIRA

En el nombre que Aurora había puesto a su hija, estaba tal vez la clave: Hildegart, que en alemán significa "jardín de sabiduría". Aurora tenía esto calculado y todo lo demás. Por esta razón, le robó la infancia y le dio, a cambio, una mente cultivada hasta el extremo. A los tres años, Hildegart sabía leer. A los 10 hablaba inglés, francés y alemán; a los 13 terminó el Bachillerato; a los 14 ingresó en las Juventudes del Partido Socialista; a los 17 se licenció en Derecho y empezó Medicina.

Aurora Rodríguez Carballeira siempre vio a su hija como "su obra". La concibió como el "mesías" que salvaría a la humanidad de todos sus pecados y, sobre todo, a las mujeres, sometidas por el yugo de los hombres y una educación represiva. Esta ferrolana, nacida en el seno de una familia acomodada en 1890, era socialista, liberal y atea; lo que se dice una adelantada a su tiempo. Los libros que leyó de la biblioteca de un padre abogado abrieron sus ojos a un mundo que no era el que la rodeaba. Se empapó del socialismo utópico y el romanticismo de Saint Simon y Owen, hasta el punto de coquetear con el sueño de un falansterio como los que preconizaba Fourier, una comunidad rural autosuficiente que se alzara como la base de la transformación social.