viernes, 19 de junio de 2015

Un convento poco común

La paciencia de los padres de Rebeca finalmente había alcanzado un límite. Constantemente la joven era reprendida tanto por su mala conducta como por mantener una relación amorosa con un hombre ocho años mayor que ella.
Su padre, tomó la determinación de “encerrarla en un convento” hasta que cambiara de parecer. Llevó a cabo todos los trámites necesarios para ello, habló con la madre superiora e inclusive estaba dispuesto a dar una mensualidad con el fin de que su hija se le re inculcaran los valores perdidos.
Por su parte, la chica lo único que hacía era reprocharle a sus padres la falta de cariño que habían tenido para con ella.
Rebeca era impulsiva, caprichosa y hasta cierto punto manipuladora. Siempre de alguna manera encontraba la forma ideal para salirse con la suya. Con esmero, la joven trató de ganarse a la madre superiora, para así gozar de ciertos privilegios, tales como: poseer el mejor claustro del monasterio para dormir, realizar las tareas más sencillas etcétera.

Pronto esta estrategia dio sus frutos y la muchacha era libre de hacer cualquier cosa, con excepción de (sí, lo adivinaron) salir a la calle. Aun así se las ingenió para concertar una cita romántica con su amado, dentro de los muros de aquel monasterio.

Precisamente esa noche le tocaba a ella, cerrar las rejas del convento. Lo que hizo fue poner la cadena y dejar sobrepuesto el candado. El reloj marcaba las 12:00, cuando su novio traspasó el umbral del portón principal y se dirigió al dormitorio de ésta.

Ella lo esperaba ataviada con sus mejores ropas. Al escuchar una serie de pasos sigilosos, se dio cuenta de que su amante estaba a punto de llegar a su cuarto. Calladamente abrió la puerta de su habitación, espero a que el hombre entrara y puso la tranca para que nadie pudiera entrar.

No bien habían comenzado a besarse, cuando una de las imágenes que estaban colgadas en la pared comenzó a modificar su aspecto rápidamente. El cuarto se comenzó a llenar de humo y de aquel cuadro saltó una figura demoníaca que exclamó:

– ¡Me los llevaré al infierno! Soy un enviado de Satanás.

Un fuerte viento entró por la ventana formando un fuerte remolino, el cual abrió un agujero en el piso de la habitación. Suplicaron clemencia hasta cansarse. No obstante, la criatura le arrancó los ojos y la lengua a él. Mientras que a ella de un golpe le detuvo el corazón. Después, ambos cuerpos fueron succionados y todo regresó a una calma aparente.

Jamás se volvió a saber nada de ninguno de los dos.

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