viernes, 12 de junio de 2015

MEMORIAS DEL PADRE KARRAS




No recuerdo exactamente a qué edad sentí la vocación, pero lo que sí sé es que era un joven inocente y libre de pecado




A los quince años una inquietud empezó a invadirme y no dejé de pedirle a la virgen y al espíritu santo que me iluminarán. Por fin un día lo decidí y acudí al párroco de mi iglesia para consultarle qué era lo que tenía que hacer para convertirme en sacerdote. Gracias a su ayuda y a nuestras largas discusiones en materia espiritual entré en el seminario





Después de dos años de estudiar filosofía y de cuatro de estudiar teología por fin fui ordenado sacerdote, aunque decidí seguir estudiando y realicé una tesis sobre exorcismo. Así sin pretenderlo me convertí en especialista en demonología y fui designado como sacerdote exorcista del vaticano.





Antes de realizar mi primer exorcismo, acudí a varios congresos sobre esta práctica. Fue en uno dónde conocí al padre Merrin, un anciano sacerdote jesuita estudioso de antigüedades relativas a cultos satánicos y quizás el más hábil exorcista que jamás haya conocido. Reconozco que me desanimó y sentí que aún no estaba preparado.




Para escaquearme del ejercicio de exorcista, convencí al Vaticano de que me dejara estudiar siquiatría haciéndoles ver que sería algo que completaría mi formación. Lo que no sabía es que esa decisión me acercaría aún más a Pazuzu del que Merrin me había hablado.





Pazuzu, uno de los siete demonios malvados.
Sí, lo confieso me daba miedo y a veces, se aparecía en mis sueños, convirtiéndolos en terribles pesadillas.





Maldito Pazuzu… Algo debía saber el muy cabrón porque al poco tiempo falleció mi madre y entré en una terrible crisis de fe. Me sentía terriblemente culpable por no haber acompañado a mi madre en los últimos momentos de su vida. Mientras yo marcaba un tremendo golazo que aún recuerdan las parroquias vecinas, mi madre entregaba su último aliento.





A mí siempre me había gustado el futbol pero me sentí tan mal que ya no volví a tocar un balón aunque las malas lenguas dicen que durante unos años me cambié de nombre y participe en un par de ligas de un país lejano. Mentira, todo mentira. No volví a tocar un balón, bueno sólo a escondidas





A pesar de mi melancolía intenté seguir cumpliendo mis obligaciones como sacerdote sin saber que a pocos metros de mi casa Pazuzu iba a desatar todo su mal desencadenando una tragedia que cambiaría por completo mi vida.





Pazuzu, totalmente encabronado, invadió el cuerpo de una virginal niña, Megan, que vivía con su madre, una actriz de poca monta y con fama de haber protagonizado películas guarrillas.





La niña comenzó a experimentar cambios y lo que parecían síntomas de alguna enfermedad extraña se fueron complicando hasta el punto que ningún médico podía dar respuesta a su afección.
Trastornos mentales, ataques epilépticos, desdoblamiento de personalidad fueron en aumento en la pequeña hasta que después de un episodio, la madre de Megan lo tuvo claro y decidió por fin buscar ayuda en la Iglesia





Recuerdo que eran las dos de la madrugada. Atormentado aún por la muerte de mi madre, aquel día no conseguía conciliar el sueño. Sin poder pegar el ojo, deambulaba en mi pequeño apartamento cuando de pronto sonó el teléfono.





No se lo crean todo     


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