Eran las dos de la
mañana cuando las chicas volvían a prisa de la fiesta, no
obtuvieron el permiso de sus padres, así que escaparon y quería
volver antes de ser descubiertas. Planearon saltar la barda de su
casa internándose en el terreno baldío colindante, sin embargo,
antes de que pudieran adentrarse en él un viejo alto, delgado, muy
demacrado salió al paso por el oscuro callejón. Intentaba correr a
pesar de su cojera, y su avanzada edad, además balbuceaba cosas
inentendibles.
Las muchachas por
supuesto saltaron del susto, la imagen de aquel hombre estaba más
cercana a los muertos que los vivos, y todo empeoró cuando se acercó
a ellas, tomándolas de los brazos, alzando la voz y gimiendo.
Aun con el terror
posado en su cuerpo, las jóvenes alcanzaron a entender que el
decrepito anciano pedía ayuda, parecía que alguien lo perseguía,
se veía el miedo en sus ojos. Pronto se escucharon un par de pasos,
parecían más bien taconeos, de inmediato las chicas lo sujetaron y
buscaron un lugar donde esconderse juntos.
Mientras lo
tocaban, sintieron como el cuerpo del viejo se estremecía, vibraba
tanto que hasta sus huesos crujían, y ni podían mantenerlo en
silencio, estaba en realidad aterrado, tanto que le era imposible
contener los gritos y los dejaban salir en forma de dolorosos gemidos
entre los dedos de las muchachas que le habían ya cubierto la boca.
Pero no pudieron
seguirlo callando, cuando al ritmo de los pasos, apareció la silueta
de una niña, —¡Papá…Papá! —se escuchaba su tierna voz
llamándolo—¿Dónde estás?, porque me has abandonado?—las
muchachas se sintieron tontas, según lo veían quien necesitaba el
apoyo era la pequeña, así que salieron del escondite, no sin antes
recibir una advertencia del viejo para que no se acercaran. Ellas
hicieron caso omiso y fueron hasta la chiquilla…—¡Mátenla!,
¡Mátenla!—gritó el viejo a la distancia con su último aliento
antes de caer petrificado al suelo, víctima de un infarto. Y la
aparente niña saltó sobre las muchachas, desgarrándoles el rostro
con afiladas uñas, mordiéndolas por todo el cuerpo.
Las hermanas
gritaban aterradas, no podían creer lo que estaban viendo, aquello
era solamente un pedazo de madera tallada y adornada como niña, una
marioneta provista de vida gracias a poder maligno, pues eso
evidenciaba su rostro siniestro y sus ojos endemoniados.
Con mucha
dificultad, las chicas se defendieron, y corrieron a casa. Sin
importar que todos se despertaran, gritaron a los cuatro vientos lo
que había sucedido, por supuesto, nadie pudo creer en tan
descabellada historia, igual si lo hubieran hecho, no existían
pruebas, la marioneta maldita se llevó el cuerpo del hombre muerto y
desapareció. Lo único que dejó atrás fueron cientos de astillas
en el cuerpo de las muchachas, rasguños y mordidas, pero la herida
más profunda quedó en su mente, en forma de un tétrico recuerdo,
que aún les estremece y asusta hasta lo más profundo.
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