sábado, 27 de junio de 2015

Enterrada viva



Una de las leyendas urbanas de terror más populares es la de ser enterrado vivo. No se qué tan posible sea esto hoy en día, pero en el pasado parece muy real, dado que no contaban con los medios actuales para determinar los signos vitales de la persona y no siempre se solía embalsamar o preparar el cuerpo de ninguna forma. Para mí, esta leyenda urbana de terror tiene algo de verdad por una historia que mi abuela compartió conmigo.


Mi abuela nació en un pequeño pueblito rural, muy lejos de las grandes ciudades, donde la gente pasaba sus días sembrando la tierra. En este pueblito la vida era muy simple y las casas estaban muy apartadas la una de la otra; los servicios eran precarios: apenas contaban con una escuelita, un pequeño dispensario médico, una iglesia pequeñísima y un cementerio. Cuando mi abuela contaba con unos diez años de edad, murió la tía de una de sus amiguitas de la escuela. Como en todo pueblo pequeño, todos se conocen así que prácticamente el pueblo entero estaba en el funeral. Mi abuela recuerda que al ver el cuerpo de la señora en el sencillo ataúd de madera parecía dormida, con un color de piel muy normal; nada que recordara la palidez característica de todos los cadáveres pero decían que la muerte había sido natural, así que era normal que su aspecto fuese más sano que el de otras personas que murieron después de enfermedades largas. Después del velorio y los ritos correspondientes, el ataúd fue transportado al cementerio en una carreta y sepultado.

Esa misma noche, el esposo de la señora tuvo unos sueños terribles en los que veía a su difunta esposa gritando desesperada, arañando la tapa del ataúd luchando por salir. Sin embargo, no quiso comentar con nadie su pesadilla. Las noches pasaban, el sueño se repetía cada vez de forma más intensa hasta que después de la tercera noche no pudo soportarlo y fue a pedirle al sepulturero del pueblo que exhumaran el cadáver Le juró que no le diría a nadie, y que prefería ver el cadáver descompuesto y enfrentarse a una acusación de profanación para salir de la duda que tener esas pesadillas horrendas.


Luego de mucho insistir, el sepulturero cedió y procedieron a remover la tierra de la tumba, aún suave pues no había llovido en esa temporada. Al abrir el ataúd descubrieron lo peor pues el cuerpo de la señora estaba casi en posición fetal, un brazo cubriendo el rostro y la otra mano envolviendo las piernas. Las uñas de ambas manos estaban completamente dobladas y destrozadas, la boca abierta en un grito final de desesperación y la tapa del ataúd de madera sin barnizar había sido arañada completamente desde dentro.

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