¿Qué es el tiempo? ¿Acaso el movimiento del segundero del reloj, el nacimiento y la puesta del Sol, el despertador sonando, la arena que cae del bulbo, las estaciones del año cambiando, las hojas del calendario? Parece fácil pero en realidad no lo es y, de hecho, hablar sobre el tiempo puede ser mucho más complicado de lo que imaginas. En seguida te presentamos algunos misterios sobre el tema.
1. El tiempo y la meditación.
El proceso de meditación no es para cualquiera. Lo cierto es que casi todo el mundo puede mantener una determinada posición y cerrar los ojos, tan cierto como que eso no es la meditación. Se trata del mayor reto para quien intenta conseguir controlar su propia mente y mantener el pensamiento enfocado en los sentimientos del presente.
Las técnicas de meditación incluyen la búsqueda de la comprensión de propio cuerpo, cuando la persona debe prestar atención a factores como la respiración, los latidos del corazón y todo lo que siente en aquel momento. Ahí es cuando tú, ciudadano promedio, lo intentas y después de un minuto ya estás recordando todo lo que pasó la semana anterior e imaginando el viaje de las vacaciones a fin de año.
Por eso es tan difícil meditar: porque nuestra mente no se encuentra condicionada a vivir en el momento presente. Por el contrario: gusta de recordar el pasado y planear el futuro. Ahí es cuando todo se vuelve tan difícil.
Uno de los principios del budismo, ya defendido por pensadores como William James y por figuras como George Harrison, es insistir en los intentos de vivir el ahora. Y por no vivir en el ahora o por vivir en un ahora siempre de la misma forma parece que el tiempo pasa tan rápido. Se ha comprobado que la meditación, por otro lado, tiene el poder de dejar nuestra percepción del tiempo un tanto más demorada.
La meditación es una herramienta de mucha utilidad para personas ansiosas y depresivas. Por eso, por más difícil que parezca, intenta meditar de vez en cuando. Puede ser que al comienzo te sientas ridículo, pero es sólo cuestión de práctica. La regla es intentar vivir el ahora.
2. El año bisiesto.
Cada cuatro años al mes de febrero se le incrementa un día más de lo habitual. Esto sucede porque un año, al contrario de lo que acostumbramos a creer, no tiene exactamente 365 días: en realidad, el valor más aproximado es de 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. Por lo que, para compensar ese “sobrante”, cada cuatro años se inserta un día.
Si este ajuste no fuera hecho, después de 30 años, el año pasaría a tener una semana menos y, después de algunos siglos, esta diferencia sería de meses, lo que tiraría al caño el esquema de las estaciones del año, por ejemplo.
Los años bisiestos no son tomados en cuenta en varios países. Muchas personas no pueden renovar su licencia de conducción o abrir cuentas en bancos el día 29 de febrero, toda vez que algunos sistemas de computadoras simplemente no reconocen la fecha como un día legítimo. Incluso Google llega a confundirse: hay muchos bloggers que no pueden actualizar sus perfiles en esa fecha.
3. Percepción.
Ya hablamos de cómo la meditación puede cambiar la forma en que percibimos el tiempo. Esta cuestión de relatividad es tan verdadera que el presentador de televisión estadounidense, Johnny Carson, llegó a llamar “minuto Nueva York” al tiempo que transcurre entre el momento que la luz del semáforo se pone en verde y el momento en que la persona que viene atrás toca la bocina.
La idea de Carson era precisamente llamar la atención de las personas sobre la velocidad a la que transcurren las cosas en la Gran Manzana, donde todo parece ir más rápido en todo momento. Por otro lado, en ciudades muy grandes y con mucha información, es común que las personas a veces tengan la sensación de que el tiempo se detiene durante algunos segundos.
Eso sucede, por lo general, cuando la cabeza realiza un movimiento brusco. La explicación para esto es que cuando la velocidad es lo suficientemente alta, el cerebro termina por perder algunas informaciones que debería recibir, por eso la persona experimenta la sensación de que el tiempo demora más en transcurrir.
4. Musicalmente hablando.
Si cuando escuchas aquella canción favorita, con el volumen al máximo y auriculares al oído, tienes la sensación de que te transportas a otro lugar o de perder la noción del tiempo, tienes que saber que no estás solo en el mundo.
Ya se sabe, por ejemplo, que cuando la música desencadena una experiencia de gran intensidad, el cerebro humano tiene reacciones diferentes en su córtex sensorial, desencadenando una sensación de atemporalidad.
Si escuchas música clásica tu cerebro no logra interpretar las pulsaciones por minuto, gracias a que éstas son intencionalmente erráticas y se alternan en todo momento. Estas irregularidades promueven en el cerebro una sensación de que el tiempo no está transcurriendo. El inicio de la música es lento, después acelera y, finalmente, se vuelve muy animado y lleno de energía. Si te concentras en la pista, tal vez ni te des cuenta que pasaron 30 minutos hasta el final de la composición.
Esta capacidad de distorsionar nuestra percepción del tiempo hace de la música una herramienta manipuladora del comportamiento. Es gracias a esto, por ejemplo, que las escuelas de gimnasia eligen música electrónica y, al contrario, los restaurantes música más tranquila y relajante. Lo mismo sucede con algunas tiendas, que apuestan por la música para volver el ambiente más atractivo y agradable.
Algunos estudios recientes comprobaron que la música relajante provoca que los consumidores permanezcan más tiempo al interior de algunas tiendas, lo que nos lleva a la conclusión de que las canciones relajantes no hacen perder la noción del tiempo en repetidas ocasiones.
5. El tiempo y la edad.
¿Recuerdas aquel ataque terrorista de 2001? Pareciera que fue ayer, ¿verdad? Pero están a punto de cumplirse 13 años. Y es que a medida que el tiempo pasa, las personas van envejeciendo, y la sensación de que “parece que fue ayer” es cada vez más común.
A esto también se le conoce como “efecto telescópico”, y es responsable por la ilusión de que los años pasan más rápidamente cuando nos hacemos más viejos. Este “tiempo telescópico” es fruto de una discrepancia entre la medida de tiempo tradicional y la noción del tiempo de cada individuo, algo con una base muy subjetiva.
Pero si no compartes la idea de la subjetividad, ¿qué tal abordar el asunto desde una perspectiva matemática? Por ejemplo: cuando tienes 10 años, un año de tu vida representa el 10% de esta. Ahora, cuando llegas a los 60 años, un año pasa a representar el 1.67% de la vida. La cantidad de tiempo es la misma, pero la proporción, definitivamente no lo es.
Aunque existe otra explicación para la sensación de que “los años pasan volando”: cuando caemos en una rutina adulta sin muchas novedades y aventuras, nuestra sensación del tiempo pasa a ser más acelerada. Esto sucede porque nuestro cerebro simplemente tiende a saltarse la información conocida y concurrente, causándonos la impresión de que el tiempo pasa a mayor velocidad.
¿Te has dado cuenta como un viaje de ida parece mucho más largo que el de vuelta? Eso sucede justamente porque el cerebro ya conoció el camino y, a la hora de volver, terminas por ignorar muchas cosas, por lo que el tiempo parece pasar más rápidamente.
Este concepto es preocupante si pensamos en él. Significa, básicamente, que hacer siempre las mismas cosas ayudará a que el tiempo pase más rápido. Si esa no es tu intención, estás a tiempo de vivir nuevas experiencias.
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