Tenemos que echar la vista atrás, varios siglos, para encontrarnos con esta leyenda. Estamos en la época en la que los Mentideros de Madrid estaban en plena efervescencia. En aquel entonces, había una joven muchacha llamada Catalina González, una mujer guapa, simpática y alegre, que era conocida en toda la ciudad. Catalina tenía buena fama y era conocida como la Panderetera, por lo bien que se desenvolvía con este instrumento.
Vivía en una pequeña pequeña casa cerca de la actual calle Segovia. En esta casa, Catalina tenía una pequeña ventana, por la que apenas podía asomar su bonita cara. Esta joven, cada vez que podía, se asomaba por la ventanilla, para que todo aquel que pasara por la calle pudiera ver su bello rostro.
Los hombres hacían cola para ver la cara de la hermosa joven, y sus mujeres les arengaban cuando llegaban a casa, diciéndoles que si habían sido “pandereteros”, que acabó siendo un sinónimo de infidelidad en aquella época, algo así como un dicho madrileño.
Llegó el día en el que Catalina murió, aunque no se sabe muy bien cómo (se sabe que había mujeres celosas que atentaron varias veces contra su vida). Por su parte, algunos hombres entraron en la casa para ver si la Panderetera seguía allí, en un intento por no querer asumir la muerte del rostro más bello que jamás habían visto.
Pero lo cierto es que aquellos intrépidos que entraron en la derruída casa de Catalina, jamás volvieron a salir de ella. Uno de los hechos más notables desde entonces es la presencia del fantasma de la Panderetera, que cada noche se asomaba a la Ventanilla.
De este modo, la leyenda cuenta que aquel lugar se le conocía como la calle de la Ventanilla, en honor a la guapa Catalina. Esta calle hoy ya no existe.
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